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Cecilia Casado

A partir de los 50

Pequeños placeres dominicales: los churros

                

Desde siempre ha sido un placer cercano a la tierra eso de desayunar un buen café con leche con churros el domingo de buena mañana. Algo pelín inconfesable, eso de ponerse los vaqueros con la camiseta de dormir remetida, una chaqueta bonita para disimular, las gafas de sol y llegarse hasta la cafetería de la esquina donde practican el añejo arte de hacer los churros como los hacía mi abuela, como Dios manda.

El perro en la puerta, controlando que no me escape por la de atrás, oliendo la dulce fritanga y esperando, que es toda su función. Servidora con el periódico desplegado como las alas de un albatros a la espera del dulce manjar. Cuando ya las entrañas comienzan a agitarse por la ingesta visual de desgracias varias, el dueño –amable donde los haya- se acerca con el festín humeante. Entonces hay que dedicarse al ritual como si fuera sacrosanto y no la vulgaridad de coger y mojar, succionar y poner cara de orgasmo. Un churro es en sí mismo –y a ver quién me quita la razón- una pequeña obra de arte. Conjunción de lo dulce y lo salado, carbohidratos y lípidos estimulantes, un subidón para el ánimo decaído, el paso imprescindible hacia la pequeña felicidad dominical, olvidadas penas y teléfonos que no suenan…

El local suele estar en silencio a tan temprana hora, no es un barrio de madrugadores el mío –por lo menos los domingos. Agradezco la ausencia de hilo musical, radio y televisión. Como una capilla reverencial donde cada orante lleva a cuestas su propia penitencia para ser lavada por el “café bendito y los churros consagrados”. Una vez finalizada la noble (y carnal) ingesta, un paseo por el parque desierto se impone; es el momento ideal para la pequeña reflexión que ayudará a una buena digestión. Al cabo de media hora –más o menos- hay que regresar al hogar, a lo calentito de nuevo. Y si no queda otro remedio, volverse a meter en la cama para soñar una vez más con lo salado y lo dulce de la vida…

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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