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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una noche de perros (Y nunca mejor dicho)

Siempre me he negado a aceptar que los animales son inteligentes; inteligentes a la manera humana, quiero decir. Por supuesto que tienen un instinto mucho más desarrollado que nosotros –instinto animal se le llama- y que presienten situaciones de peligro mientras los humanos ni las olemos. Pero desde que tengo a Elur conmigo (el bichón maltés de cuatro años heredado en vida de mi madre) estoy empezando a replantearme algunas cosas.

Como ejemplo lo sucedido esta noche pasada. Apagué las luces a eso de las doce –más o menos lo habitual en mí- y caí redonda –también hábito que me acompaña desde que me prejubilé. Al cabo de una hora, cuando ya estaba empezando a caer en la fase profunda del sueño, escucho a Elur gruñir. Bah, el vecino que vuelve y hace más ruido del habitual hurgando en la cerradura (la suya, claro). Sin embargo, al gruñido le sucede un pequeño ladrido; y otro. Por lo inhabitual de la cosa, me levanto disparada a ver qué ocurre.

El perro, en el pasillo, me mira con ojos tristes sin menear la cola. Voy hasta “sus aposentos” y compruebo que no le falta agua, que no se ha abierto ninguna ventana que pueda molestarle… en fin, nada. Y vuelvo a la cama. Pero del sueño –ya profundo- me vuelve a despertar al cabo de otra hora larga arañando mi puerta y emitiendo gañidos. Debo aquí indicar que a Elur lo estoy educando a respetar los espacios humanos y a no colarse en dormitorios ni subirse a los sillones; cuando quiere traspasar barreras pone ojitos de cordero degollado o se encarama sobre mis piernas y me hace la pelota vilmente, acariciándome. Pero… ¿a las tres de la mañana? ¿Qué le pasa a este bicho hoy que ni duerme ni deja dormir?

Empezando a desesperarme y sin comprender nada, vuelvo a mi lecho e intento recuperar el estado feliz del sueño; pero este animal insiste en que esta noche no se duerme en esta casa mientras que él así lo decida…

Sé que me quiere decir algo, sé que debo comprenderle porque para eso yo soy la “inteligente” y él el animal irracional, así que me pongo a pensar –más bien poco- y repaso mentalmente los cambios surgidos que hayan podido revolucionar nocturnamente a mi perro. Mientras, el can sigue arañando mi puerta –acabará cargándose la madera- y emitiendo gañidos intermitentes… (Recuerdo de nuevo el libro “El niño perro” de Eva Hornung leído hace un par de semanas; algo pide, algo reclama, algo ocurre)

Dejo de lado la lógica humana e intento una pequeña aproximación nocturna y adormilada a la lógica canina, y arrastrada por la intuición (femenina) abro la puerta del cuarto de mi hija que acaba de marcharse con sus maletas e ilusiones a estudiar en otro país. Elur entra como un rayo –a pesar de que sabe que está prohibido- se acurruca a los pies de su cama intacta y se duerme. Todo lo que queda de noche de un tirón.
Ahora en la mañana lo encuentro en el umbral durmiendo plácidamente; se despereza al sentirme y me mira fijamente. Yo también le miro… y le entiendo. Se ha ganado el primer abrazo del día…

En fin.

LaAlquimista

Foto: C.Casado “Elur y mi hija”

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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