Música para acompañar la lectura:
Las cosas como son; esto de tener perro ofrece muchos
inconvenientes y una serie de ventajas (dicen) que todavía estoy por descubrir.
De momento, voy tomando buena nota de las prohibiciones que han aparecido en mi
vida de la pata de Elur, bien entendido que yo pensaba que la única molestia de
verdad iba a ser la de sacarlo a la calle tres veces al día a hora fija y
resulta que eso es lo que menos me molesta, apenas nada.
En mi ingenuidad pensé que podía incorporar al perro a mi
vida cotidiana– una vida normalita de ciudadana socializada y tal- y resulta
que no, que por mucho que los humanos protejamos a los animales, hacer una vida
normal y corriente con el chucho entre las piernas es absolutamente impensable
(e imposible). Partiendo de la base de que en ningún momento se me ocurrió
dejarlo encerrado en casa, excepto sus tres salidas mingitorias y de lo otro,
me he dado cuenta de que mi vida no se puede conciliar con la vida de un perro
que se precie.
Para empezar, al probrecito mío, no me lo dejan entrar en
ningún sitio. Es decir, que si estoy dando un paseo me tengo que tomar el café
en la mesa de los fumadores (o sea, en la pura calle); si aprovecho para hacer
algún recado, en el colmado no puede entrar y tengo que dejarlo amarrado al
anaquel de las frutas que suelen poner en la acera, con el consiguiente riesgo
de que: a)me lo pisen, b)me lo roben o c) que el pobre –del susto- riegue las
naranjas con el consiguiente mosqueo del personal. Tampoco puede acompañarme a
mirar escaparates –como no sea eso, “mirarlos”- porque si quiero probarme
alguna ropa o comprar un libro o ir a la biblioteca o visitar una exposición,
me encuentro con el cartelito de “PERROS NO”.
Y tengo que elegir entre seguir haciendo mi vida cotidiana
sin perro o cambiar mis costumbres porque tengo perro. En cualquier caso, me
niego a dejarlo encerrado en casa y solo a todas horas, para eso me ahorro la
molestia, faltaría más, pobre bicho, con lo que le gusta a él retozar, pero… ¿dónde?
¡Si en los parques no puede entrar!, -y de rebote yo me quedo sin pisarlos-,
tan sólo nos queda el monte, al que voy muy a menudo, pero soy de asfalto…
Eso sí, todo el mundo que me para le hace mimos, caricias y
le prodiga halagos –es un bicho simpático y cariñoso además de guapo- pero su
ámbito de “actuación” está tan restringido que ya me estoy planteando una
solución que equilibre el desequilibrio en el que nos encontramos él y yo.
Además, los fines de semana me aburro un montón, porque
tampoco puedo llevarlo al cine, ni a un restaurante, ni a un pub a por el
gintonic de rigor, así que, visto lo visto… voy a tener que pillar un noviete
para los días festivos para poder hacer un poco de vida social, y dejar al
perro en casa haciendo sudokus…
En fin.
LaAlquimista
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