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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Carnet de voyage” Chiapas. Cañón del Sumidero.

 La naturaleza es tan extraordinaria en alguna de sus manifestaciones que las palabras para contarlo nacen ya mudas. Las imágenes toman entonces el relevo y el silencio se enseñorea; poco más hace falta para extasiarse. ¿Qué pudo ocurrir hace miles de años para que se originara una brecha entre las montañas creando una vía para un río inmenso flanqueado de paredes de casi mil metros de altura? Un hachazo preciso y hermoso que divide las montañas dejando libre un corredor de agua que el ser humano se atreve a hollar en lanchas rápidas para recorrer ochenta kilómetros –entre ida y vuelta- salpicando espuma y volviendo a erigirnos en los reyes de la creación.

 

 

 

Un cocodrilo duerme aburrido al calor del mediodía; no es el momento de ejercitar las mandíbulas atrapando algún que otro pez. El hombre le molesta, qué duda cabe. Mira la embarcación con ojos quejosos y se zambulle en el agua, hurtándose a las fotos.

 

 

 

 

 

 

Los zopilotes también andan despistados; no hay carroña a la vista y hace demasiado calor para ir de inspección aérea. Ya caerá algo cuando caiga el sol.

 

 

 

 

 

Surcando las aguas velozmente, la lancha se acerca peligrosamente a las altas paredes y enfila curvas y más curvas de inverosímil trazado. El sol y el viento son inclementes y los ojos lagrimean ante la inmensidad del paisaje. Sujetar la cámara de fotos y el sombrero a la vez es todo un logro. El chaleco salvavidas amortigua los espaldarazos producidos por los saltos de la lancha que avanza a muchos nudos hacia la presa que remata el cauce del río que otrora fuera navegable.

 

 

 

 

 

 

 

 

México surrealista sigue apareciendo en una curva con su gruta dedicada a la Guadalupana que recibe en procesión las barcas el doce de Diciembre de cada año.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una garza blanca retoma su vuelo asustada de nuestro irrumpir violento en su hábitat. Pero el Parque Natural se explota concienzudamente gracias al turismo. Qué remedio queda…

 

 

 

 

 

 

Después de dos horas largas e intensas –confesaré que en el viaje de retorno a toda máquina, me dormí apoyada contra la borda con el sol de cara-, la villa de Chiapa de Corzo nos ofrece posada y comida en su malecón frente al río.

 

 

 

En mi recuerdo salivar y visual guardaré los jitomates rellenos de marisco y la mujarra al mojo de ajo. Os invito a hacer lo mismo, obviando esta vez el precio de los manjares. (Demasiado barato para ser creíble)

 

 

 

 

La sobremesa se alarga junto con la sombra del cañizo y es necesario caminar un poco con un magnífico granizado de café en la mano.

 

 

 

 

 

 

 

 La iglesia del Señor de los Milagros está fresca y umbría; nos acoge silenciosa –mientras dejamos las copas del café helado en el quicio de la puerta. Y allí, al lado del altar mayor, una imagen vale también más que mil palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la salida nos esperan; los “güeros” seguimos llamando la atención y una cuadrilla de chavales se interesa por nuestro origen y motivos del viaje. Curiosamente nos hablan en inglés. Cuando ven que nuestro español es tan bueno como el suyo…sonríen…y foto al canto. Por cierto, en México, para posar en la foto con buena sonrisa no se dice “patata” sino “whisky, whisky”…

 

Son tan sólo las cuatro de la tarde y nuestro destino es ahora el pueblo indígena de San Juan Chamula, en lo alto de la montaña próxima a San Cristóbal de las Casas. Pero ésta sí que es otra historia… interesantísima.

Ahora que ya son las diez de la noche pasadas y estoy tranquila en el hotel, confortablemente instalada con un tequila junto a la ventana con el cielo estrellado mirándome, siento que todas las emociones del día se resumen en una: en cómo la naturaleza nos sigue enseñando que su camino es inmutable. ¿Por qué nos empeñamos en quererlo detener?

En fin.

LaAlquimista

Fotos: C.Casado. Y aunque no sean buenas están compartidas con cariño.

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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