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Cecilia Casado

A partir de los 50

Se empieza a mentir muy joven

 

Ayer fui a pasar la mañana a uno de mis txokos favoritos. Si voy caminando se me hace un poco dura la vuelta porque hay que subir primero y bajar después un pequeño monte cercano a mi casa, así que me desplazo en coche y de paso le doy un meneo a la batería. Pero me gusta sentir que estoy en contacto con la naturaleza, que lo estoy, y me visto con mi equipo de supervivencia, a saber: mochilita, agua, libro, recado de escribir, navaja suiza, pañoleta para tumbarse en la hierba, gafas de sol y paraguas y algo de fruta.

Detrás de las casas hay un parquecillo desierto entre semana; algunos perros paseando a sus amos y poco más. Toda la ciudad a mis pies, el mar a izquierda y a derecha, los montes festoneando el paisaje y arriba lo que toque: sol o nubes según decida el albur de los que mueven los hilos. El silencio es magnífico a pesar de ser un lugar “urbanizado”. Árboles y bancos ofrecen pequeños recovecos amorosos para leer, soñar, pensar o simplemente besarse.

Como hacían esta mañana dos adolescentes a cubierto de miradas ofensivas tumbados en la hierba. Elur los ha localizado en su vagabundeo errático y yo les he saludado cortésmente. Me han mirado con cara rara y justo han contestado a mi saludo con un arqueamiento del arco ciliar. (Encima de hacer pira del instituto maleducados).

Sonaban las campanadas de las dos de la tarde cuando he emprendido mi camino de regreso pasando, inevitablemente, por el lugar donde estaba la parejita en cuestión. Ellos se sacudían algunas hojas prendidas en los vaqueros cuando en ese momento le ha sonado el móvil a la chica.

–         “Sí, ama, sí, acabo de salir de clase, cogeré el bus de y cuarto, sí, hasta luego”.

Mientras esto hablaba le hacía gestos al chico para que estuviera callado y no ofreciera pistas a su interlocutora.

 Lógicamente, ambos dos se han dado cuenta de que yo había escuchado la pequeña conversación y la no tan pequeña mentira y me han mirado con cara desafiante. Sí, sí, no te lo pierdas, como si pensaran que iba a decirles algo en plan admonitorio o así… ¡hasta ahí podríamos llegar!

 Pero me he quedado pensando en ello mientras conducía de vuelta a casa y el olor fragante de las mimosas endulzaba mi ánimo crítico.

¿Cuándo dije yo mi primera mentira? ¿Cuándo dije la última? ¿Fue la mentira compañera habitual en mi vida? ¿Se miente por miedo, por costumbre, como autodefensa?

 Recuerdo claramente las bofetadas que me gané en mi adolescencia por descarada y contestona; es decir, por ir de frente y con la verdad por delante intentando que mi verdadera personalidad no se viera condenada al exilio por miedo a que mi sentido de la libertad se tropezara de frente con las normas de educación de quienes tenían que educarme.

 La mentira me parecía un “pan para hoy y hambre para mañana”, una fea costumbre propia más de cobardes que de gente honesta. Además, estaba el riesgo de creerse las propias mentiras como yo veía que a mi alrededor les pasaba a muchas personas. Hablo de mi adolescencia, pero luego en la juventud también tuve que ser espectadora de otras muchas mentiras hasta que me tocó ser el sujeto pasivo de las mismas. Es decir, que empezaron a contármelas a mí.

 Ahora, en mi edad más que adulta, las sigo detectando alrededor, como si fueran pulgas saltarinas que no dejan de molestar. Veo a gente que miente y se queda tan pancha. Veo a personas supuestamente responsables, adultos con hijos, profesionales incluso, que continúan con el feo hábito de intentar maquillar la realidad –un poquito aquí otro poquito allá- para sentirse mejor consigo mismas.

Crecí rodeada de grandes mentiras y de personas que la usaban para no enfrentarse a las consecuencias de la vida y muchos han sido los años y el trabajo que me ha llevado des-aprender lo malamente aprendido. Mi gran verdad ha sido muchas veces una gran mentira para los demás, porque no me han querido creer…las personas acostumbradas a mentir. Así se cierra el círculo vicioso de los mentirosos: desconfían de los demás porque saben que no pueden confiar en sí mismos.

 Como la parejita de ayer.

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2012
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