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Cecilia Casado

A partir de los 50

No juzguéis y no seréis juzgados

 

Creo que esto lo pone en la Biblia, -ese libro grande y gordo que casi todo el mundo tiene en su casa y sólo los muy profesionales han leído atentamente- y me he acordado de ello cuando el otro día, asistí de convidado de piedra a una lapidación en directo. Lapidación porque era un arrojar piedras sobre la cabeza indefensa de una persona ausente, cómo iba a ser si no…Me explico y lo cuento, pero un poco confusa todavía porque no sé si hice bien callando cuando igual debería haber dicho algo y en tono bien fuerte.

 Pues resulta que un amigo de un conocido –como suele ser siempre en estos casos que se despelleja a alguien lejano y con pocas posibilidades de defenderse-, un hombre viudo de sesenta años ha conocido a través de un portal de encuentros de Internet a una mujer de otro país –lejano también- y después de ir a visitarla, congeniar con ella y establecer las condiciones del hecho amatorio en sí, se la ha traído para su casa y se pasea con ella del brazo ante las miradas inquisidoras y envidiosas de sus paisanos.

 Huelga decir que la muchacha en cuestión es eso: una muchacha. Y curiosamente, tiene una hija preadolescente, una madre mayor y enferma y dos hermanas en edad de merecer. Y que el viudo tiene un buen jornal y pronto tendrá una buena pensión, amén de dos hijos que han puesto el grito en el cielo y la mano en la empuñadura de la espada. De manual, vamos.

 Yo callaba porque no quería echar leña al fuego y decirles cuatro frescas a los “lapidadores”; callaba porque me estaba empezando a encender por dentro y esa gente no eran amigos míos ni nada, tan sólo habíamos coincidido en la barra de un bar por casualidad a través de alguien común. Y callé conscientemente porque no me sentí con autoridad moral para afearles el hecho de la crítica y la maledicencia hacia una persona que no necesita ser juzgada sino, acaso, comprendida y amada.

 Me sucede en no pocas ocasiones que me sale la vena redentora o desfacedora de entuertos, como si necesitara ser abogada de causas perdidas y, erigiéndome en paladín de la decencia y la honestidad, soltar cuatro frescas para poner a los detractores de almas en su sitio. Pero no; no tengo derecho alguno a llamar la atención al que critica, al que habla mal a espaldas de otro, porque eso es como ponerme a mí misma en un escalón superior.

 ¿Quién soy yo para afearles su conducta? Pero como callada no podía estar so pena de reventar por dentro, les espeté la frase bíblica que da título al post de hoy, aun a sabiendas de que me podía ganar una contestación “al uso” de la forma de hablar que estaban utilizando.

 Me miraron unos instantes y siguieron con lo suyo sin decirme nada. Es decir, poniendo verde a la supuesta “aprovechada” y riéndose del supuesto “ingenuo”.

 Yo, por las dudas, me aparté lo antes posible de aquella gente y me fui a dar un paseo por ahí, pensando en lo fácil que es hablar por no callar y lo difícil que es callar para no decir lo que no se debe.

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2012
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