Calor. Mucho calor. Agradezco este viraje de mi termómetro vital. Esta mañana, con los pies fríos en el autobús que me llevaba al aeropuerto, abrigada con las prendas de un otoño en ciernes, suspiraba por el momento del aterrizaje en tierras hispalenses para sumergirme de cabeza en su tiempo, meteorológico y del otro. Vengo provista de un precioso abanico y con la gracia a flor de piel deseando que se me contagie la de este pueblo alegre donde los haya.

Esta va a ser la ciudad –elegida por mi hija para cursar su 5º año de carrera- que me va a “acoger” en varias ocasiones –o eso espero yo- durante los próximos nueve meses. Con la excusa de “ayudarle en la mudanza” me he venido con ella –y una maleta enorme- para descubrir junto a su juventud la Sevilla que tanto amé en la mía.

Porque yo amé en Sevilla hace muchísimos años y por amor me quedé impregnada del aroma de sus flores de azahar y de sus noches mágicas. Todas las vivencias que tengo de esta maravillosa ciudad me ensanchan el alma y me dejan el corazón como a punto de caramelo.

De repente se agolpan en mis ojos los recuerdos de cuando paseaba amartelada con “mi Antonio” por callejuelas silenciosas para recalar en patios llenos de algarabía, baile y aceitunas. Cuando aprendí a dar palmas con la timidez del amor recién estrenado y la hierba del parque de Maria Luisa nos parecía fresca bajo nuestros cuerpos calientes. De cuando las noches eran eternas y los días un sueño del que despertar, de nuevo, a las estrellas inclementes.

(Recompongo la secuencia, punto y aparte).

Mi hija escucha mis viejas historias de amor de cuando era más joven de lo que ella es ahora; me mira sonriente y asiente con la cabeza, diríase que no haría ascos a los requiebros del amor andaluz, tan dulce, suave incluso en la despedida. “Eres más bonita que un San Luis de palo”, me decía “mi Antonio”. “Mi guayabita del norte”. “Quilla, ven por la sombra que los bombones se derriten al sol”, piropos tontos y melosos con ese arrastrar de las eses, ese acariciar las erres hasta que se fundan con la saliva… y yo, hablando “fino” y haciendo reir a todo el mundo… con mi seriedad de mujer del norte.

Sevilla, y la calle como de pueblo donde está el piso fresco y con salida al patio y derecho a azotea donde mi hija soñará, trabajará y bregará con la vida hasta el próximo mes de Junio… Sevilla y los naranjos que hoy mismo hemos visto haciendo sombra al estupor, la Catedral, el olor de los caballos, el ruido de las gentes, el calor de la vida…

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero…”

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En fin.

LaAlquimista

Foto: C.Casado

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