

es que fuéramos (todos) más coherentes con nuestro propio e íntimo discurso y no nos diera ni vergüenza ni “corte” reconocer públicamente que toda la parafernalia que se monta alrededor de una religión que nos es ajena, lejana e incómoda, nos trae al pairo. Y con un poco menos de hipocresía. Que ahora vendrán todavía a hablar de “sentido de la Navidad” esos que no se pueden ni ver durante el año y que se sentarán a la misma mesa a comer y a beber en demasía para luego soltar (en demasía también) el veneno acumulado durante todo el año y que, curiosamente, tantos guardan para cuando llegan estas fechas para compartirlo con sus familiares.