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Cecilia Casado

A partir de los 50

Aceptar la realidad a regañadientes…

 

El veterinario ha desahuciado a Elur. No con esas mismas palabras, pero sí con mucho eufemismo y sin mirarme a los ojos. No hay un diagnóstico claro del tipo de meningitis que sufre –en tanto no se le haga un escáner que sólo hacen en Bilbao, que cuesta una cantidad obscena de dinero y que, si detecta el tumor presumible, tampoco hay nada que hacer porque un perro es un ser vivo admirable, amoroso, fiel, leal y cariñoso, pero no tiene seguridad social que le cubra una intervención quirúrgica cerebral. Además, sería absurdo, un animalito no puede quedarse convaleciente en un hospital durante un mes.

El caso es que la única opción que me queda es seguir con la medicación: cortisona, antibióticos y analgésicos (pobre criatura) y sujetarlo fuerte cuando empieza a perder el equilibrio y a girar sobre sí mismo como los que no saben beber con moderación y se tropiezan con las farolas. Sacarlo a la calle en brazos y ver si hay suerte y puede corretear un rato en el jardín antes de que su universo entre en un agujero negro y, de una preciosa “chirivuelta”, caiga patas arriba, por lo menos, en blando.

Dejarlo reposar a mis pies –como ha hecho siempre- mientras escribo, dormir al lado de mi puerta y velar mi sueño, darle de comer sus pelotillas y un poco de paté para endulzar la convalecencia, tenerlo en brazos mientras veo la peli de la noche y hablarle de su futuro, de lo bien que se lo va a pasar en el otro mar en cuanto se ponga bueno y podamos ir allá. De la perrita Txiki que quiere ser su novia y tener hijitos con él, que no la defraude que le está esperando ansiosa (y aulladora). De la gran perra Pastor que le empuja con el hocico cuando vamos a Navarra y del tándem que forman entre los dos, la hembra imponente y el macho chulito y ladrador, para ahuyentar a los perros del caserío vecino que siempre quieren rapiñar algo de la comida suya.

 Nada más puedo hacer por él que decirle que el año y medio que llevamos juntos ha sido una experiencia maravillosa para mí, que jamás la habría podido vivir si no llega a ser porque mi madre me lo “heredó” cuando se cansó de él, que yo lo acepté en mi vida sin saber lo que hacía, un poco a regañadientes un poco por compromiso y que mirándome en sus ojos –grandes, negrazos- he visto entrega amorosa, cariño incondicional y una adoración que ni el más amante de mis amantes jamás puso a mis pies.

 El veterinario me ha dicho que “no se suele aguantar mucho”, refiriéndose, no al perro sino a los dueños que se abruman en la vorágine de cuidados que exige el pobre animal enfermo, se aburren de las cortapisas a la libertad que implica –eso sin contar que no se le puede dejar apenas solo en casa- y que YO soy la dueña de la VIDA de Elur, que YO decido si ponerle una inyección y sacrificarlo.

¡Qué horror, qué angustia, qué putada! Me niego, me estoy negando, a sentirme “dios” disponiendo de la vida de un ser vivo, que no, que no, que se muera si se tiene que morir, pero… ¡ay, qué mazazo a mi racionalismo es esto! ¿Acaso no estoy a favor del aborto? ¿Acaso no estoy a favor de la eutanasia? ¿Qué me pasa ahora que se me subvierte la escala de valores?

En mi vida –como en la de cualquier ser humano- ha habido situaciones que he rechazado, que me he negado a aceptar por dolorosas o traumáticas, maquillando de cualquier manera la realidad para hacerla más “digerible”, más soportable. Así fue como hube de sobrellevar una infancia infeliz y una adolescencia dolorosa. Me negué a aceptar parte de la realidad que me hacía daño, que me fracturaba la mente y el corazón. Luego, sin apenas darme cuenta, me hice mayor y ahora ya no tengo excusa alguna para agarrarme una pataleta; ahora tengo que hacer honor a mi racionalismo, a mi inteligencia y saber cuál es la decisión correcta sin pararme a llorar por ella ni lamentarme de lo que podía haber sido y no fue.

Quizás este perrito que me endilgó mi madre llevaba ya mucho sufrimiento en su corazón; quizás no han servido de mucho el tiempo que le hice compartir el aire, la naturaleza, los viajes, los saltos por el campo y parte de mis locuras. Quizás…nada. No sé nada.

De momento, lo sigo teniendo a mis pies, meneando la cola y con la cabeza enhiesta esperando mi señal para levantarse trastabillando y recorrer el pasillo apoyándose en la pared porque ha oído de mis labios la palabra mágica: “calle”, vamos a la calle Elur que te llevo en brazos hasta el jardín y no te voy a privar de tu ración de aire fresco, hierba mojada, el rastreo de alguna perrita guapa, tus saltos frenéticos y descontrolados por un cerebro enfermito que, dice el veterinario, ni los medicamentos ni nada podrá curar. O sí… de momento, no quiero y no me da la gana…luego…ya veremos.

Aceptaré la realidad a regañadientes, pero no sin antes aplicar el Cuarto Acuerdo al cien por cien. Y cuando Elur sufra y su sufrimiento arrastre al mío haré lo que tenga que hacer. Como lo estoy haciendo ahora.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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