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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una chica de mi edad… (In memoriam de Lourdes Escudero Prior)

 

Estaba hace un rato tecleando en el omnímodo buscador de mi ordenador el nombre de una escritora que empieza por Lourdes y me ha saltado a traición una esquela, también de una Lourdes que fue amiga mía durante muchísimos años y a la que siempre quise con un cariño entregado y sin fecha de caducidad. Fuimos juntas al instituto y nunca nos perdimos de vista ni durante la juventud ni tampoco en la madurez plena en la que nos seguíamos compartiendo de vez en cuando.

 Lourdes fue una mujer maravillosa ante quien nadie se quedó jamás indiferente; ni hombres ni mujeres, amigos, colegas, compañeros laborales y no digamos ya su familia con la que siempre fue una piña. Una piña dulce y jugosa que se derramaba generosamente.

En los años 70 hicimos muchas risas juntas, sobre todo cuando la eligieron Miss Bella Easo en el 72 –si no me falla la memoria- y ella se reía y decía, “pero si no soy guapa, si no soy nada especial”, pero tenía un porte impresionante y cuando te miraba desde su casi 1,75 de estatura y te abarcaba con sus ojos claros ya estabas deseando que esa chica fuera tu amiga. También su voz era especial, elegante –todo lo elegante que puede ser la voz de una mujer hermosa- e inolvidable aunque te llamara al cabo de varios años en los que anduvimos cada una “en nuestras cosas”. Cantarina de tango arrastrado, su voz te llevaba a tener más ganas de escuchar que de decir nada.

Cada vez que venía a mi casa traía un regalo para mis hijas y la mayor le llamaba “la amiga uy qué bonito”.

“!Uy qué bonito!, decía Lourdes mirando los dibujos infantiles, “uy, qué bonito” y se asomaba al balcón que abarcaba toda la ciudad, “uy, qué bonito” cuando metía el cuchillo en el postre decorado especialmente para ella. Incluso cuando estaba triste –que lo estuvo muchas veces- se le frenaba la alegría en el borde de los ojos, como con ganas de saltar y desmentir lo que su corazón llevaba a cuestas.

Lourdes no tuvo hijos y esa fue su gran pena en la vida; tendría otras, como cualquiera que sea puro sentimiento como lo era ella, pero precisamente por eso los niños que la rodeaban, sus sobrinos, los hijos de sus amigas, le llevaban con la alegría de la mano a no perder la sonrisa cuando estaba con ellos, a no enfadarse, a tener una paciencia amorosamente infinita.

 Hubo un tiempo en que estuvimos muy cercanas y otro en que nuestros caminos se cruzaban únicamente en la pequeña cafetería de la Avenida donde ella, invariablemente, tomaba su cortadito de media mañana. En la terraza de su casa vimos alguna luna llena con el mundo entero a nuestros pies y la ciudad alfombrando sus sueños y los míos. Los sueños de unas mujeres que ya tenían treinta años bien cumplidos y que coincidían –seguían coincidiendo- en lo esencial. El amor desde dentro, el amor hacia fuera, ayudar en lo posible a los demás, trabajar denodadamente (eso era su privilegio como mujer empresaria y pionera que fue en lo suyo), vivir la vida en sus facetas tranquilas, la música, el deporte que más le gustaba y que tanto le relajaba, los libros y las horas tranquilas al calor de un hogar que ambas supimos hacer a nuestra imagen y semejanza.

 

No la había visto desde hace varios meses, pero justo hoy, al pasar por la cafetería donde nos veíamos a veces, me he dicho: “!pero si este año no me ha felicitado las fiestas Lourdes, con lo detallista que ella es! Esta noche le llamo…” Y antes de buscar el número de su casa, para la conversación relajada desde el sillón, he encontrado su esquela en la pantalla de mi ordenador.

 Teníamos pocos amigos comunes y es por eso por lo que, supongo, nadie me ha comentado su partida apresurada, antes de tiempo, una chica de mi edad… tan guapa, tan cariñosa, tan extraordinaria como mujer y como ser humano…

No he podido acompañarle ni siquiera un rato en su camino final y no me atrevo –porque no me parece adecuado hoy, ya veré mañana- llamar a alguno de sus hermanos y preguntar…preguntar, para qué, qué quiero saber, Lourditas, que siempre te decía así y tú me contestabas Cecilita llena de risas, que acaso tu corazón grande se hizo pequeño en un instante cruel o quizás… ¿Qué voy a hacer Lourditas si ya no puedo preguntarte a ti adonde te has ido?

El diecinueve de noviembre del año que acaba de morir te fuiste, ni siquiera han pasado dos meses, el tiempo más o menos que nos acordábamos la una de la otra, tú me decías siempre, “cómo me gusta tu blog, qué cosas cuentas, yo no me atrevería, eres tan valiente…” y ya ves, maldita mala suerte, ahora voy y escribo para ti, para tu recuerdo cariñoso que se me agarra al alma y me deja con los dedos temblorosos y el teclado mojado de lluvia por ti…

 Te quise mucho, Lourditas, y tú a mí, siempre nos lo dijimos aunque no fuéramos de esas amigas cotidianas, de rutinas e intimidades al día. La nuestra fue una amistad estupenda que jamás se enturbió ni con un disgusto, ni con una crítica, ni con un gesto que no fuera respetuoso y amable. Empezó a los quince años y todavía sigue…

 Sé feliz allá donde estés, amiga mía, como lo fuiste aquí, en este pequeño trozo del mundo donde compartimos risas y algún llanto. Ahora me quedo con el eco de tu risa que viene a mí en esta tarde fría en que te abarco con mi corazón lleno de calor.

Tu amiga siempre,

Cecilia

* In memoriam de Lourdes Escudero Prior.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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