Ya han vuelto a marcharse. Esta misma mañana, al asomarme a la vida, he visto que ya no estaban ahí, caldeando mi espacio con sus risas y su amor. Se han ido casi en silencio, como si no quisieran hurgar en ninguna soledad, recogiendo sus señas de identidad en un equipaje liviano donde han aprendido a meter mucho amor en poco espacio para que les sea más fácil viajar alrededor del mundo que han elegido habitar.

Su olor queda todavía como una presencia y no seré yo quien ventile este corazón que necesita todavía seguir sintiendo el aroma joven y fresco de su fragancia. El eco de las voces y de las risas lo llevo envuelto con mucho mimo y deseo de que no se apague en mucho tiempo. Ese tiempo que se presenta ahora diferente, lleno de lo que tan sólo soy y no de lo que soy y comparto que es mucho más, tanto que se hace inabarcable a mi pobre comprensión de estos momentos.

 Las puertas seguirán abiertas mostrando las luces del nido donde han dormido estas últimas semanas. El desorden de su amor me gusta contemplarlo, no tengo necesidad de volcarme en una limpieza furiosa y fuera de lugar, es mejor dejar las cosas como están –casi siempre es mejor- y esperar a que el polvo de la añoranza comience a asentarse y, entonces sí, entonces abrir las ventanas y dejar que el aire limpio traiga otra vez las ganas, la ilusión, el recuerdo sin sombras.

He sido feliz compartiendo la vida sencilla de una familia sencilla. Nunca más he de volver a sentirme huérfana porque ya siento que el círculo de amor en el que me levanto cada mañana es verdadero y no producto de lo que está escrito en un papel. Mis hijas y yo no necesitamos libro de familia para saber por qué estamos unidas entre nosotras; sabemos sin que nadie nos lo haya explicado nunca y sentimos como si nos hubieran regalado la luz necesaria.

Aprender a no añorar a los seres amados, aprender a no echar de menos su cuerpo, sus ojos, sus manos, cuando se van; aprender que la ausencia es inventada, que no existe, que el corazón es más fuerte, más sabio que las palabras. Que cada abrazo sirve para un día, cada beso para un despertar y cada caricia una madrugada; que la distancia la marcamos nosotros desde nuestro sentir, que estando cerca físicamente no llevamos garantía de amor sino que éste es el regalo inmenso que se entrega y se recibe y que viaja sin billete en todos los aviones, en todas direcciones.

Como después de disfrutar de un maravilloso concierto, sentir el espíritu pleno de dicha, elevado en su bienestar, alegre todo el ser por el gozo compartido…¿por qué entristecerse de que haya terminado si los sones pueden perdurar en nuestros oídos durante tiempo?  Agradecer lo recibido en vez de entristecerse creyendo que termina cuando sigue flotando alrededor…!descubrámoslo ahora!

Y así no echar de menos a mis hijas que han volado con sus magníficas alas, desplegadas en la inmensidad de la vida que abarca la juventud, llenas de proyectos, de fuerza, de ilusiones, de vida por vivir. No pensar que nada me falta porque todo lo poseo en mi corazón.

La luz surgirá cada mañana y abriré los ojos para recibirla con agrado. Y mi vida enriquecida por el tiempo amoroso compartido. Ahora ellas siguen siendo felices al igual que lo han sido a mi lado. Yo también debo aprender la lección que me ofrecen y seguir siendo feliz aunque ya no estén junto a mí. Porque están dentro de mí y eso…no se acaba nunca.

En fin.

 LaAlquimista

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