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Cecilia Casado

A partir de los 50

Porca miseria

 

La historiqueta que voy a relatar le ha ocurrido a una amiga que me ha dado permiso para compartirla por si sirve de ejemplo, escarmiento o simplemente divertimento, pero en realidad podía haberme pasado a mí en mis propias carnes, ninguna mujer se libra de estar en el punto de mira de prejuicios por parte de la sociedad masculina y femenina. Afortunadamente –para ella- esta mujer vive en Barcelona porque si le pasa eso en Donostia (o si me ocurriera a mí) es como para estar sin salir a la calle durante la cuaresma entera.

El caso es que mi amiga se apuntó a una academia de bailes de salón por aquello de variar entre tanto gimnasio, pilates y cursos de autoestima. Además de divertido –que recuerdo que hace como ocho o nueve años también yo frecuenté la salsa y el merengue- se pierde peso sudando y aunque no lleve mucho glamour añadido, también se hacen amistades siempre que no te toque –como me pasó a mí- bailar con otras mujeres debido a la escasez habitual de género masculino en este tipo de lugares.

Pero lo que mejor le parecía a mi amiga catalana era que quedaban con el grupo habitual para salir a bailar los fines de semana, esas pequeñas manadas de bailarines tiesos y almidonados que se ven por ahí, la chica con el pie derecho, el chico con el izquierdo, ocho tiempos, cuarto y octavo mudo y a bailar (o casi). Lo mejor de todo es que mi amiga tiene 55 años pero aparenta muchos menos porque es una mujer (también como yo moderadamente) feliz que ha sabido superar crisis personales con mucho tiento y buena suerte; vamos, que da gusto verla de lo guapa que está.  Mi amiga (vamos a llamarla Ana que es un nombre poco usual) empezó a pasárselo más que bien, sobre todo porque había un compañero de baile, otro aprendiz como ella, que le ponía ojitos y, siendo ella mujer libre y liberada, pensó que a quién le amarga un dulce.

El hombre en cuestión aparentaba ser de la misma quinta, es decir más cercano de los sesenta que otra cosa y Ana pensó que estaba bien, incluso mucho mejor que los jovenzuelos en la treintena que le solían entrar por aquello del morbo de la mujer madura y tal. Y Ana y Pepe (vamos a llamarle Pepe) empezaron a hablar además de bailar bachata que eso une tanto como un fin de semana de lujuria desenfrenada en un hotelito con encanto. Pepe confesó tener 50 años y estar felizmente divorciado con dos hijos que vivían con la madre en armonía y sin malos rollos. ¡Perfecto! Ana no dijo su edad porque él no se la preguntó, que es de mala educación preguntarle eso a una dama, -dijo- aunque ella se empeñó en decirle que era del 57, que echara cuentas, pero él se lo tomó a broma, “si tú aparentas 45, vamos no me engañes, qué vas a tener tú 5 años más que yo, anda ya” y empezaron a salir. Eufemismo donde los haya para explicar que, en realidad, empezaron a entrar…el uno en la cama del otro.

Y todo hubiera sido miel sobre hojuelas sino fuera porque, haciendo un loop en el tiempo, un día se encontraron los dos juntos con un amigo de Pepe que también saludó a Ana; esas coincidencias en la gran ciudad de vecinos del mismo pueblo que emigraron huyendo de todo y encontraron un abanico inmenso de nada, pero sin el pelo de la dehesa. Y a los pocos días Pepe dio la campanada diciéndole a Ana que el amigo en cuestión, en un aparte telefónico a espaldas de la susodicha, le llamó para contarle que su novia, su chica, o como se hubieran etiquetado entre ellos era una mujer estupenda, buenísima, que él la conocía de toda la vida y que se alegraba mucho de que estuvieran juntos –y aparentemente felices- “a pesar” de la diferencia de edad.

A partir de ahí la miel se convirtió en hiel y Ana ya no tuvo el viento a su favor sino de frente que es la mejor manera de perder el control del timón de la nave del amor o cualquiera de sus sucedáneos. Pepe entendió como mentira la presunta ocultación de la edad de ella y Ana sintió que le habían vendido humo. Hablaron bastante, más que nada porque ella andaba ya pisando el camino del enamoramiento y no quería hacer otra muesca infructuosa en el cabecero del tálamo, y él fue tajante y abundante: “no, no y mil veces no”. Y como argumento final le espetó sin ambages ni rubor alguno: -“imagina dentro de quince años…!te tendría que cuidar yo a ti en vez de tú a mí!”.

En realidad, cuando Ana me lo contaba ya sabía ella que se había librado de una buena con un tipo así pero no por eso ha dejado de escocerle la moral que anida en el piso de al lado del corazón, así que le he invitado a pasar unos días aquí, en mi ciudad y en mi casa, donde no hay hombres tan superficiales ni tan llenos de prejuicios. ¿O sí?

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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