Flan de huevo y feromonas | A partir de los 50 >

Blogs

Cecilia Casado

A partir de los 50

Flan de huevo y feromonas

 

Estas últimas dos semanas llenas de lluvia, viento y tormentas inclementes me han abierto nuevas posibilidades en vez de dejarme hecha polvo. Como no tengo que ir a trabajar he podido soslayar la necesidad de salir a la calle con piedras en los bolsillos o aferrada a un paraguas que más parece un ariete contra el viento que un toldo para el agua; y como cuando no hay necesidad la mente se relaja y el espíritu se acomoda me he dedicado a menesteres realizables únicamente “bajo techo” y en soledad. A saber y por este orden: leer, escribir y cocinar.

Las dos primeras actividades no requieren de explicación y adorno alguno; cada cual que las entienda a su manera, bien visualizándome junto al fuego –o el radiador- con “Madame Bovary” en el regazo o acalambrada al teclado del ordenador pergeñando tonterías con tintes pretendidamente filosóficos. Pero lo de cocinar, eso son ya palabras mayores.

 

Meterse en la cocina es un placer de difícil comprensión para quien no esté participando de él. Como lo he descubierto relativamente hace poco tiempo –unos diez años- todavía no se me ha agotado la

“libido cocinera”; es decir, que me sigue gustando como el primer día, aquel en el que por sorprender, con una filigrana que no fuera horizontal, a mi amante muy amado, dejé volar la imaginación a la vez que visionábamos “Como agua para chocolate” y desde entonces…hasta hoy. (El amante desapareció con otra película- “Gone with the wind”-, pero el gusanillo ya se había larvado en mí.)

El momento idóneo es al caer la tarde, justo cuando ya la oscuridad empieza a serpentear por la cocina y da placer encender la luz. Me gusta hacerlo por la tarde y por la noche, cuando el cuerpo te pide una copa de buen vino, una excitante B.S.O. (Banda Sonora Original) envolvente a ser posible y la disposición de ánimo para afrontar las horas nocturnas en (buena) compañía.

El delantal de cocinar es pieza clave en esta pequeña liturgia, es casi  lencería, desvarío de encajes o puntillas, pero invitador al convite que se va a celebrar. El vino escanciado en la copa grande de cristal –huyamos de vasos de vidrio aunque se esté en la cocina que puede ser una pieza tan excitante como otra cualquiera de la casa- lo elijo según las ganas y la temperatura de mi cuerpo: un Chardonnay muy frío –si no me llega el bolsillo para un Chablis- para los días especialmente cálidos o un tinto de buena crianza que me haga paladear el calor de su promesa al beberlo a sorbitos. 

La música puede ser cualquiera excepto de aeropuerto o de antesala de dentista; personalizada con la emoción del momento puede oscilar desde Diana Krall y su sensualidad envolvente hasta un James Brown que golpea en las tripas y hace saltar las piernas, aunque este último tiene un peligro colateral, pues no conviene pegar saltos delante de una cazuela al fuego…

Cocino por intuición, a impulsos fervorosos, no únicamente cuando quiero regalarme el paladar o regalárselo a otros, sino porque “tengo ganas” de cocinar y me apaño con lo que está a mi disposición. En el amor suelo hacer más o menos lo mismo: en vez de ir al colmado de la esquina a buscar ingredientes, miro lo que tengo a mi disposición y consigo hacer una “delicatessen” con cuatro tonterías.

Descubrí un cartón de leche a medio nivel sobrante de desayunos filiales y, como soy de las que no “desaprovecha” nada, se me ocurrió hacer un flan de huevo.

Empecé preparando el caramelo líquido en la sartén para endulzar el ambiente. Agua y azúcar, qué sencillez, qué aroma, qué placer batirlo y extenderlo sobre el recipiente… como cuando se alisan las sábanas recién lavadas sobre la cama y queda perfumada la habitación.

 

Batir mientras tanto los huevos con el azúcar y la leche, con cariño, concienzudamente, a un ritmo musical y animado por los sorbos dados a la copa de vino, viendo cómo se enfría el caramelo y se calienta el horno, un juego de subir y bajar temperaturas, a cada ingrediente lo que le corresponde, según la necesidad o el deseo del resultado final. Dejar que se inunde el molde caramelizado con el reguero dorado y dulce; tan sólo un instante de contemplación satisfecha y orgullosa antes de introducirlo en el horno al baño María muy caliente, muy caliente, durante ¡una hora!

¿Qué hacer en esta hora de espera con la cocina envuelta en aromas provocadoramente deliciosos? ¿Bailar al son del deseo con una copa de vino en la mano?

Es el momento preciso para llamar a la puerta del vecino y preguntarle si llegan hasta su casa los aromas de…las feromonas y que el flan es muy grande para comérselo en soledad y que compartir es vivir y que…

En fin.

*El flan de huevo está todavía más rico al día siguiente.

LaAlquimista

 

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


enero 2013
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031