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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cómo estar guapa a partir de los cincuenta

 

Vista la tendencia imperante en los blogs de este periódico de hablar de moda y looks, mezclado con un poco de chispa sexual, me voy a apuntar hoy también escribiendo de lo que gusta –según parece- leer al personal y no los rollos que suelo meter habitualmente con mi “filosofía en zapatillas”.

Dejemos a un lado a esas sílfides que visten vaqueros con cremallera tan corta que deja al aire “la hucha” y centrémonos en lo nuestro, siendo esto lo que nos queda a las mujeres que ya no vamos a cumplir los cincuenta pero que seguimos pisando fuerte. Unos consejillos de andar por casa, formados en la sabiduría ancestral de todas aquellas mujeres que han sabido aprovechar el valor de su esencia en vez de perderse en fruslerías superficiales y siendo muy conscientes de que “la que tuvo, retuvo”.

La gran diferencia entre cuando yo era joven y mi momento presente es que antes necesitaba ver cómo “los demás” alababan, aprobaban y admiraban mi aspecto físico, proporcionándome los cimientos de una falsa autoestima que, con el paso del tiempo, es decir, ahora, ha sabido desprenderse de esa “opinión ajena”. En mi momento presente, la única jueza justa y cabal de mi belleza soy yo misma.

 

Para empezar me levanto todos los días saludando a la señora que sale en el espejo y lanzándole un beso o un piropo –o las dos cosas a la vez- muy contenta de seguir viva sin achaques importantes y de que las arrugas que se marcan sean de reir mucho y llorar poco. Tengo muy claro que es un error compararme con ninguna otra mujer, y menos con alguna a la que saco diez años de edad y de experiencia.

Es absurdamente erróneo querernos ver como no nos corresponde, doloroso y fútil mirar los rostros de papel couché anunciando cremas mágicas –a precio de vellón de oro- y pensar que si las utilizamos la piel se nos volverá tersa haciéndole un corte de mangas al paso irremediable del tiempo. Para estar bien guapa se necesita poco más que hidratar la piel con una crema que se acomode a la misma y al bolsillo; aseguro con la mano encima de las obras completas de Marx (Don Groucho) que por menos dinero de lo que cuesta un kilo de filetes se puede acceder a productos “de belleza” lo suficientemente eficaces. Y si alguien quiere hacer un dispendio alocado –aunque no necesariamente más eficaz- puede gastar el carro entero de la compra en un tarrito de pringue oleaginoso que produce un efecto placebo fabuloso. Es decir, el mismo resultado, pero como es más caro hace sentir que es “mejor”. Pero ya no tengo ganas –ni edad- de engañarme a mí misma por más de cinco minutos seguidos.

Para seguir estando guapa no hay que hacer mucho más que cuidar la alimentación comiendo lo que más apetezca con un poco de cabeza y un poco menos de estómago. Es decir, equilibrar la ingesta de proteínas y carbohidratos no mezclándolos jamás, porque si se hace está asegurado el disgusto en la báscula del baño. Comer cosas ricas a nuestro alcance: el pescado con ensaladas, las verduritas de temporada con algo de carne “limpia” –es decir sin pasarla por rebozados, refritos ni salsas-. Las legumbres en plato único y bien grande. La fruta, mucha y nunca de postre. El agua para las ranas, que no me gusta ni pizca, pero que la tomo en infusiones de mil aromas y sabores y sopas caseras que hacen la delicia del olfato y el paladar. De vez en cuando la ración de azúcar que el cerebro  demanda y lo salado y picantón para cuando llaman a la puerta los caprichos. Y siendo disciplinada de lunes a viernes, el fin de semana se puede pegar un salto con pértiga para disfrutar de todo –incluido el vino y los gintonics- con relativa moderación, que no somos monjes cartujos.

Para verse bien guapa no hay mejor truco que no negarse a una misma las cosas buenas que hay en la vida y que, más veces de las que nos percatamos, están a nuestro alcance. La maravillosa naturaleza que limpia por fuera y por dentro, el contacto con los amigos que alivia de cargas demasiado pesadas, ser condescendiente  y saber que no se deben traspasar los propios límites porque, si se hace, si lo hago, enfermaré de agotamiento y mi cuerpo protestará declarándose en huelga o cogiendo una baja por enfermedad.

Luego está el bendito armario donde guardamos la ropa que nos viste por fuera. Elegir cada día del año cuidadosamente qué ponernos –nada de dejarlo preparado de víspera ni de “lo primero que pillo” para ahorrar tiempo, no. Es algo muy serio esto de elegir cuidadosamente el “hábito” personal porque si se está un poco baja de moral habrá que compensarlo con los colores más alegres del ropero y los pendientes grandes y dejar en casa el abrigo/saco de dormir y ponerse el abrigo elegante que todas tenemos para las ocasiones.

Guapa tengo que verme todos los días aunque me quede en casa porque hace muy mal tiempo o dos décimas de fiebre. Nada de pijamas mata-lujurias ni pelos sin peinar; cuando se está un poco pachucha ayuda un montón poner sábanas limpias y pintarse los labios, no sé cuál es el motivo, pero funciona.

Guapa por dentro para que se proyecte hacia fuera, limpia de rabias o rencores para que los ojos brillen sin necesidad de colirios ni rimel de aumento. Tenemos ya una edad en la que no podemos permitirnos el lujo de andar con tonterías; sabemos PERFECTAMENTE que el bienestar interior se refleja en la mirada, ensancha la sonrisa, elimina tonos grises de la piel; y, sobre todo, hemos llegado a la comprensión de que una mujer auténtica es aquella que se ama a sí misma por encima de cualquier otra consideración social o moda del momento.

 

Y así poder seguir viviendo tranquila conmigo misma y sabiendo que piso fuerte, mejor con zapato cómodo que me permita sentirme capaz de dar un salto o correr detrás de mis sueños; los taconazos que se los pongan ellos. El último retoque en el espejo del ascensor y salir a la calle cada día como si fuera la mujer más guapa que conozco; que lo soy, faltaría más. Y lo que opinen los demás…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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