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Cecilia Casado

A partir de los 50

La humildad de género como sabiduría

 

Ya de niña era yo muy respondona y acaparadora de “mojicones” varios –hoy llamados collejas- y de toda la gama de castigos al uso en aquella época. Vamos, que no me callaba ni debajo del agua. Con el paso de los lustros –tengo ya una edad provecta en la que puedo contar de cinco en cinco- he aprendido dos cosas: a callarme la boca y a esquivar los golpes.

He aprendido a no hablar cuando la persona que tengo delante no va a valorar mis palabras o demuestra una tendencia a buscar el forro de cualquier exposición oral. Ahora miro con tiento lo que digo, cómo lo digo y a quién se lo digo; sobre todo si es un hombre, sobre todo si es un hombre que me gusta. Porque una cosa es lo que pienso y otra los datos que estoy dispuesta a dar sobre mi persona. Hubo también un tiempo en que hice gala de no tener pelos en la lengua y tuve que luchar con demasiados dragones que escupían fuego. En lo profesional, en lo personal, en lo social. Pero formaba parte de mi aprendizaje vital y no soslayé ninguna de las experiencias en las que, por mi forma de ser, me vi envuelta.

Suelo prestar muchísima atención a los consejos de mujeres más sabias que yo; reflexiono todo lo profundamente que puedo sobre su forma de ver la vida, sobre las experiencias que han tenido y me tomo el tiempo pausado para des-aprender otras malas lecciones.

Desde el comienzo de los tiempos (sociales) se ha tenido a la mujer por un ser depositario de una virtud (social): la humildad. Mujer que agacha la cabeza humildemente ante la autoridad del varón; mujer que, humilde ella, reconoce la superioridad del macho de la especie que la protege mientras la viola, le da de comer después de insultarla o le recuerda –con muy poca humildad- cuáles son sus deberes, obligaciones y devociones continuas. Pero de aquella época a la presente se supone que hemos evolucionado, aprendido y madurado (por lo menos las mujeres).

Hemos tenido a nuestro favor la flexibilización de la Ley –que nos permitió ser tan adúlteras como nuestros esposos sin ir a la cárcel- y abrir una cuenta en un banco sin el visto bueno de la mano (negra) masculina. También nos dejan –ahora- elegir legalmente sobre la continuidad de la especie y sentirnos protegidas de cualquier agresión violenta y/o sexual llamando a un número de teléfono.

La sociedad nos va “permitiendo” equipararnos al hombre en casi todo; lo de “a igual trabajo, igual salario” está por ver todavía, pero no es este el tema de hoy.

Todo esto sucede de puertas para afuera, pero veamos lo que ocurre de puertas para adentro, en ese círculo hermético e inviolable que es el hogar, la familia, el feudo del todavía “señor” del castillo.

¿Quién es realmente el primus inter pares de la pareja? ¿Son, tanto el hombre como la mujer, iguales? ¿Se sienten “entre ellos” al mismo nivel? Tema espinoso, árido y casi tabú porque… ¿le vas a preguntar a tu esposo si te considera tan inteligente como él, tan capaz como él, tan preparada como él?

El hombre tiene un ego que no tolera fácilmente que otro ego sea tan grande como el suyo o más, y que encima duerma en su misma cama. Por eso, más nos vale, más nos ha valido a las mujeres de mi generación, hacer como si fuéramos un poco tontas y… callar. E inventarnos una humildad de género que estamos bien lejos de sentir.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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