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Cecilia Casado

A partir de los 50

!Cuánto cuesta cambiar!

 Entre mis relaciones afectivas figuran algunas personas ancianas a las que quiero y respeto sin dar demasiada importancia al hecho de que tengan veinte o veinticinco años más que yo. Les trato igual que trato a los niños, -a los que intento no hacerles sentir como “proyectos de adultos”- sino dándoles –y bien es cierto que no siempre lo consigo- lo que me demandan, es decir, empatía con su situación tan específica de la edad avanzada y antesala (oficial) de la muerte.

Dicen y cuentan que, con la edad, los defectos se acrecientan y las virtudes se atemperan y no quiero emitir juicios de valor sobre lo que veo alrededor, prefiero dejar la cosa en el terreno de lo que me afecta personalmente y aplicar mis conclusiones a mi propia tarea de envejecimiento. Pero –qué duda cabe- que estar con una persona de más de ochenta años conlleva observar las peculiaridades intrínsecas a su posición en el mundo como persona anciana. De hecho, no siempre son personas que creen –con un derecho que se arrogan a sí mismas- que el mundo gira alrededor de su mermada salud o de sus limitadas capacidades; no siempre son egoístas ni protestonas ni malhumoradas, que no es justo esa mala fama generalizada; eso va en el temperamento que no cambia por muchos años que se cumplan. El carácter sí, ése sí que puede cambiar, para bien o para mal.

El caso es que el otro día llevé a cabo mi periódica visita a una  anciana (más cercana a los noventa que a los ochenta) y surgió en el transcurso de la visita el tema de la calefacción deficiente que había en su vivienda. Yo le hice notar que hacía frío –YO tenía frío- y ella me contestó que era porque la caldera funcionaba mal y había que arreglarla –o instalar una nueva-. Envuelta en chaquetas de lana y una bata por encima, soportaba estoicamente una temperatura que no sobrepasaría los dieciséis grados centígrados en una vivienda del centro de Donosti en pleno mes de Febrero.

Como me consta que su situación económica no es delicada -como lo es su salud-, le pregunté si tenía intención de subsanar el desperfecto, máxime cuando en la casa vive una cuidadora que también tiene que hacer frente a esa temperatura inadecuada, a lo que me contestó que “no podía en estos momentos”.

Yo me callé como una muerta porque me han enseñado que hablar de dinero es una vulgaridad –sobre todo del dinero ajeno-, así que dejé que el silencio se aposentara entre ambas. Ella se dio cuenta de que no había estado muy acertada con su comentario y añadió explicativamente que, en realidad, dinero sí que tenía, pero que si lo sacaba del banco en estos momentos le penalizarían por no respetar los plazos a los que lo había comprometido.

Yo seguí mirando al infinito y haciéndome la sorda (o la incrédula) y como vio que no conseguía arrastrarme a su equipo apostilló: -“Además, para qué… con seis meses que me quedan…”

Ahí sí que salté, y le dije, con mi sorna habitual, que me prestara la bola de cristal donde había ella visto “su fecha de caducidad” porque, que yo recordara, llevaba AÑOS diciendo que se iba a morir… y que bueno, que me apuntaba en la agenda la fecha de Agosto en la que debía asistir a su funeral…

Se rió y nos reímos juntas –no quedaba otra- y pasamos a hablar de lo que le interesa a ella realmente: cotilleos sabrosones acerca de familiares y/o conocidos. El tema de la dimisión del Papa no quiso tocarlo ni de refilón y con lo de la corrupción dijo que “igual que toda la vida sólo que antes no se aireaba”.

Y es que el ser humano no cambia ni aunque le amenacen con la muerte… o con el frío.  Estoy casi segura de que sus hijos agradecerán este último “sacrificio” de su madre anciana; ¡a más les tocará…! Porque, dejó bien claro que “no estaban los tiempos como para gastar alegremente”. Y que ya apuntaba Baroja –que era un sabio- que: “La respetabilidad es tener dinero”. Aunque te peles de frío en tu propia casa.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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