El cuento de los miércoles. "Un cura zumbao" (Apuntes del Camino de Santiago) | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

El cuento de los miércoles. “Un cura zumbao” (Apuntes del Camino de Santiago)

Camino de Santiago  Julio 2009

“Hace ya una semana que he regresado de caminar trescientos kilómetros por el Camino de Santiago, un recorrido desde la capital de León hasta Santiago de Compostela en catorce etapas. Y en estos días que han transcurrido desde mi regreso no he sido capaz de sentarme a escribir ni una sola línea, hasta hoy.  Porque yo pensaba que iba a relatar, etapa por etapa, mi andadura, ilustrándola con fotos y anécdotas, dotándole al relato de un deje irónico-reflexivo sobre la condición humana en general y la del peregrino en particular.

Pero no. Lo que realmente surge de mi interior es el recuerdo de un revulsivo que me ha puesto las entrañas (del alma) patas arriba. Y eso no puede contarse en tono distendido y superficial. Además, si la idea era que lo leyesen los demás.. ¿cómo arriesgarme a mostrar mi alma al desnudo con el miedo a las corrientes de aire que tengo?. Ya me va saliendo el tono irónico, no puedo evitarlo, ni tan siquiera sé si conseguiré poner en orden las ideas que, atropellándose, han estado durante estos días de reposo buscando como locas sitio para aparcar. Algunas lo han conseguido, otras, las más, siguen en doble fila o al final de la calle al acecho de un sitio donde posarse y hacer nido.

Supongo que lo mejor es ir dejando que fluyan las palabras sobre el teclado, corregir poco de momento y esperar a que mis dedos se cansen ya que la cabeza bulle de ganas de expresar lo vivido. Siendo racionalista como soy no sé dónde voy a dar cabida a la emoción; temo que se convierta lo importante en palabrería, que el dolor devenga superfluo, que me resulte confuso diferenciar una cosa de la otra. Si no fuera ex fumadora este sería el momento de encender un cigarrillo para hacer una pequeña pausa, mirar a la pantalla y releer el primer folio, así que supongo que no me queda más remedio que utilizar un paliativo: el té. Voy por él.

A quienes se han interesado por mi Camino no he podido, ni querido, explicarles la lección que, sobre todas las cosas, he aprendido. Que caminen ellos, que sufran ellos, que lo vivan en sus propias carnes; entonces y sólo entonces es cuando las palabras cobran sentido, hablando el mismo idioma de quienes han compartido similar experiencia. Lo que sí puedo decir es que “hay tantos caminos como caminantes”. Porque tan sólo he coincidido con unas pocas personas que estuvieran experimentando el mismo “revolcón” interior que yo; de hecho, no me parece tan sencillo estar dispuesto a vivir una catarsis en primera persona a la primera de cambio.  Cada caminante se convierte en peregrino por culpa de las piedras del camino, no antes. Aunque supongo que habrá quien vaya con una idea preconcebida, con el deseo o la necesidad de hacer una penitencia, escucharse a sí mismo, propiciar el reencuentro con la propia individualidad, vaciar la mente para llenar el alma, una terapia de silencio y soledad…¡tantas posibilidades¡

El Camino de Santiago era para mi una asignatura pendiente; una experiencia que se iba retrasando año tras año, aparcada por la necesidad de dedicarle unas semanas que debían ser sustraídas de las vacaciones familiares, demasiado complejo un plan en solitario prescindiendo de todos los demás. Por eso, al brindárseme la oportunidad de estar durante unos meses sin trabajar, acogiéndome a la modalidad de desempleo estructural, con el puesto de trabajo asegurado a mi vuelta, no lo pensé ni un segundo. Ese era el momento adecuado.

Utilicé el mes de junio, previo al comienzo del Camino, para entrenar mis huesos e ir avisando a mi ánimo de lo que se podía avecinar: seis o siete horas diarias de marcha poco interrumpida con la cruz a cuestas (léase mochila) subiendo y bajando montes, recorriendo llanuras sin techo de nubes, pasando frío en las amanecidas y calor insoportable el resto de las horas. Pero era tanta la ilusión (y la excitación) que el entrenamiento previo me pareció una especie de preparación a la fiesta. Poco podía imaginarme cuál sería la realidad que me esperaba.

Pero no es a la dureza de la marcha en sí a lo que me refiero sino al desmontaje interior que conlleva el reto. Porque un reto es demostrarse a sí mismo –y a nadie más porque nadie nos ve- cómo se llevan las fuerzas hasta el extremo más alejado de la cómoda rutina a la que se está acostumbrado. Porque soy una mujer madura de cincuenta y cinco años, divorciada, con dos hijas, un buen trabajo y pocos problemas y muchas comodidades. ¿Quién puede entender que sea necesario tamaño sacrificio? Y, sobre todo, ¿con qué fin?.

Imposible contestar a estas cuestiones puesto que ni yo misma sabía los porqués de mi decisión de recorrer trescientos kilómetros a pie. Pensaba, cuando se me suscitaba la duda, que ya hallaría la respuesta; o por lo menos, la pregunta adecuada. Lo cual ocurrió hacia la mitad de mi andadura, concretamente el día en que llegué a un pueblo llamado Triacastela, en la provincia de Lugo y gracias al párroco de su iglesia, el bien llamado Augusto Losada. Hallábame yo en dicho pueblo, al calor de después de la siesta, y como tantos peregrinos, deambulando erráticos por sus calles o desparramados por sus cuatro bares. Preguntando a un paisano qué se podía hacer en el pueblo a aquellas horas me contestó que ir a misa, que las misas de las siete de la tarde eran muy divertidas. El concepto “diversión” no me pareció que pudiera ajustarse a priorial concepto costumbrista de una misa católica, así que insistí para que me explicara qué le motivaba a hablar de aquella manera. –“Es que el cura está zumbao”, me dijo y dió por concluida la explicación.

La curiosidad es motor que siempre arranca a la primera en mí, así que para la iglesia del pueblo me fui, si no con dudas, por lo menos con interés en pasar el rato hasta la hora de la cena…”  (Continuará)

LaAlquimista

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Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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