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Cecilia Casado

A partir de los 50

La Semana Santa de mi infancia. ¿Nostalgias?

 

Digamos que me lo tomo como un ejercicio de memoria, esto de intentar plasmar mis recuerdos de la Semana Santa de mi infancia después de tantos lustros, sin otra pretensión ni religiosa ni social.

 

Digamos que había tres períodos vacacionales por excelencia: verano, Navidad y Semana Santa, y que los dos primeros traían sus brazos cargados de emociones, diversión y regalos, mientras que el tercero -insoslayable- consistía en la tristura del dolor por persona interpuesta.

 

Como en casa éramos católicos -además de apostólicos y todo lo que sigue- se seguía a rajatabla los preceptos de la Santa Madre Iglesia para las fechas en cuestión. Nada de aprovechar unos días de asueto laboral (mi padre) ni de respiro colegial (servidora), ni tampoco considerar que eran “vacaciones” en el sentido estricto de la palabra, ni mucho menos. Eran unos días -en realidad casi dos semanas- de conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo con todos sus pelos y señales y posterior Resurrección y Subida a los Cielos. Un tiempo detenido en el tiempo que conmovía por dentro a las niñas y niños sensibles y emocionales como lo éramos casi todos por la época de los cincuenta-sesenta del siglo pasado.

Había un día para “visitar monumentos” que consistía en ir a las iglesias cercanas y a la Catedral para encontrarlas sombrías -más de lo habitual todavía- y cubiertas las figuras con lienzos morados. Recuerdo el Via Crucis rezado en la Iglesia de San Ignacio con mis abuelos y el Sermón de las Siete Palabras que seguíamos por la radio desgranado por la voz de un sacerdote-locutor que parecía provenir del más allá. Eran demasiadas “estaciones” de dolor, pecado, culpa y penitencia, pero ni se me pasaba por la imaginación rebelarme contra aquella culpabilidad colectiva y contagiosa. Esos días yo era -creo- un poquito “peor” que lo habitual a los ojos de mis padres y mucho insistían en los actos de contrición íntimos a los que tenía que entregarme.

 

No se salía a pasear con las amigas ni se disfrutaba de más tiempo libre que el que se podía arrancar para bajar a jugar a la calle un rato cuando mi madre ya no aguantaba más la bulla doméstica -organizada bajo mi batuta infantil- y abría las puertas del “aprisco” y yo salía disparada hacia “mis prados” particulares. Eso fue algo bueno que tuve siempre, mi carácter díscolo y bullanguero: era mejor tenerme lejos que en casa encerrada protestando y fastidiando a todo el mundo con mi carácter “participativo”.

Otra de las peculiaridades de la fecha del Viernes Santo era que había que hacer o ayuno o abstinencia gastronómica, es decir, que te quedabas sin postre, sin merienda o ponían en la mesa alimentos que te quitaban las ganas de comer. Era penitencia lo que hacíamos, una solidaridad con dos mil años de retraso con el Cristo acusado injustamente de revolucionario o disidente -eso lo supe después- , aunque yo tenía buen cuidado de esconder por algún lado algunas chucherías para poder compensar la escasez de otros alimentos. A ciertas edades es tontería jugar con las terribles ganas de comer que yo sentía a todas horas y que, por supuesto, no podía saciar en la cocina puesto que mi madre, fiel a sí misma y coherente hasta la extenuación, no llenaba ni frigorífico ni fresquera con qué poder satisfacer lo que ella llamaba “mi terrible gula”, aunque ahora que me acuerdo lo de la “gula” era cosa de mi padre, que siempre equivocó la palabra “apetito” con el dichoso pecado capital. !Que siempre fui una “chicarrona del Norte” y había que darme combustible…! (Entre paréntesis la digresión de que hoy mismo nos hemos puesto las botas tomando el aperitivo por los bares más emblemáticos de la ciudad sin ningún tipo de remordimiento).

Luego estaba lo de ver la tele en sus emisiones típicas de las fechas. Retransmisiones en directo -que tenían su punto surrealista- de procesiones de otras tierras donde multitudes en silencio, vestidas de negro y portando velas y adornados de escapularios y medallas, se santiguaban arrobadas al paso de “la cruz” o “el palio”. (Cruz se le llama al Paso del Cristo que va al aire, y Palio al Paso de la Virgen que va bajo techado). La visión tétrica de nazarenos y penitentes con sus capirotes y cirios y la cruz a cuestas, descalzos e incluso flagelándose, me producía pesadillas nocturnas. Como en San Sebastián no había procesiones de ese tipo, había que verlas obligadamente por la tele, allí sentados mirando a la pantalla en silencio y (supuesto) recogimiento, al menos por mi parte.

También ponían películas -yo nunca digo que “echaban” películas- pero las repetían de año en año y llegaba a ser francamente aburrido. Me emocioné tanto viendo “Marcelino pan y vino”… la primera vez, claro está. Luego vino “Molokay”, aquella de los leprosos y “Los diez Mandamientos” la estrenaron por aquella época y había que ir al cine en la Semana de Pascua -porque la anterior los cines estaban cerrados en señal de respeto. La vida delante de la televisión era lo más próximo a vida social que podías hacer por aquellas fechas en mi casa.

 

Desgraciadamente, en casa no se hacían torrijas, ni postres típicos, ni ninguna cosa que pudiera salirse de la austeridad y recogimiento propias del calendario. Recuerdo perfectamente que…!hasta nos restringían el uso del teléfono!, supongo que sería para que no hiciéramos risas con las amigas.

 

Cuando se acababan las “vacaciones” y volvía al colegio, era -¿quién lo diría?- una liberación. Y durante un par de semanas todavía me rebullía por dentro una rabia contenida y sin explicación por el hecho de tener que sufrir por persona interpuesta. Creo que todavía no he conseguido adaptarme al sistema…

 

En fin.

 

LaAlquimista

 

Por si alguien desea contactar:

laalquimista99@hotmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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