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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Qué será de mi ordenador cuando yo muera?

 

 Como mujer previsora tengo “mis asuntos” en orden para el hipotético caso de que La Parca me enganche a traición antes de lo que marcan las estadísticas que, aseguran, una mujer vasca puede vivir hasta los 87 años en pleno uso de todas sus facultades. (No indican si el hecho de tener pocas o muchas –facultades- ayuda a superar la cifra indicada).

Testamentos, en plural, ya tengo guardados en el segundo cajón, la tarjeta de crédito, sólo una, al alcance de mis niñas con las claves en un post-it azul –odio el amarillo- dentro de la agenda del año 2000 y mis “joyas” a la vista, en el cuarto de baño, dentro del neceser que me llevé de un hotel de cinco estrellas en el que recalé en un viaje a la Riviera Maya. Como en el banco no hay más que el sueldo mensual de pre-jubilada poco tejemaneje tendrán que hacer. Debajo del colchón no hay más que un canapé donde guardo la ropa de invierno en verano y la de verano el resto del año. Poco que rascar.

Pero una angustia terrible se apodera de mí al darme cuenta de una situación, probable, posible y nada hipotética: ¿qué será de mi pc cuando yo muera?

Cuando vuelvan del horno con mis cenizas en una caja (me haría ilusión una de aquellas de colacao con dibujos japoneses,nada de urnas que son muy horteras y cuestan un pastón,) y entren en casa y vacíen los armarios y cuscuseen en mis cajones y encuentren mis “tesoros” –la castaña/amuleto de todos los años, unas entradas de la Opera Garnier, una caja de preservativos caducados, el fajo de cartas de amor que me escribieron los padres de mis hijas y otros hombres que también me quisieron, mi colección de pendientes de todo el mundo y todas las fruslerías sobre las que he sustentado parte de mis emociones en los últimos años-, cuando se enfrenten a mi “equipo informático” consistente en un ordenador de sobremesa con una C.P.U. con mi historia hasta el año 2000, un ordenador portátil con los capítulos correspondientes a los últimos  años y el mini-ordenador que utilizo para los viajes…¿qué harán aparte de quedarse paralizadas de miedo y aprensión?

No necesitarán los servicios del típico amigo informático para acceder a su contenido porque mi contraseña es más elemental que el hilo negro y la conocen desde siempre. ¿Accederán a mis archivos sin pudor o se quedarán paralizadas ante la posibilidad más que segura, -conociéndome- de que se les van a saltar los colores en más de una ocasión?

Ahí están las fotos –preciosas por cierto- que me hizo un amigo fotógrafo (y sueco) en una playa salvaje de Lanzarote. Nunca olvidaré la Caleta del Congrio y la historia que allí tuvo lugar un mes de Noviembre en que hacía demasiado frío en Donostia y tuve que quitarme la ropa, los prejuicios y el dolor en una isla africana.

En otros archivos claramente identificables están los borradores de los cinco libros que escribí –y publicamos- a medias con mi gran amor en esta vida, (o eso creí yo hasta que pasó lo que pasó) aquel periodista que me enseñó a escribir y a sufrir a partes iguales y de cuyas enseñanzas saqué buen provecho en ambos menesteres.

La pequeña historia de mi vida, o la historia de mi pequeña vida, mis cuadernos más íntimos y dolientes; mi infancia y adolescencia entera, lo que ocurrió y escribí  –primero a mano con la Montblanc que me regaló mi padre, luego a máquina con la Olivetti que también me regaló él, siempre en papel hasta que llegó el soporte digital- para que nunca se me olvidara de dónde vengo y adónde nunca podré llegar con unas alas cercenadas.

Secretos inconfesables que ya están todos confesados, purgados y redimidos, pagados cien veces cada vez que el dedo acusador familiar ha gustado levantarse y apuntarme directamente al corazón durante los últimos treinta años. El cómo y el porqué de mi vida entera están ahí, en una memoria externa como copia de seguridad, con la que mis hijas o quien herede las llaves de mi casa cuando yo muera no sabrán que hacer. O sí.

¡Cuántas veces no me habrán animado a escribir mi historia y publicarla! Pero no he tenido la valentía suficiente para hacerlo y, sobre todo, me ha faltado el punto de desesperación suficiente como para tirar por la borda tantos años de intentos de pacificación interior, amen de las no pocas sesiones en la consulta de un par de psicólogos que intentaron –a cambio de mucho dinero y paciencia- poner un poco de orden en mi biografía. Al final, descubrí que tal tarea estaba únicamente en mis manos y tomé las riendas, sin desoir el mejor consejo que me dieron: “Escribe, escríbelo todo. Puede ser tu salvación”.

Quizás lo mejor que podrían hacer sería formatear el disco duro y tirar al contenedor preceptivo unos cuantos quilos de plástico inservible. Quizás sea lo que hagan finalmente; que no quieran ahondar más en mi vida. Total, ¿para qué? Quizás lo que puedo hacer todavía es añadir una cláusula a mis “Últimas voluntades” indicando expresamente que se queme mi equipo informático junto con mi cuerpo; aunque me temo que seguro que hay alguna normativa que lo prohíbe, para que me vaya de este mundo rodeada de aquello que casi consigue amargarme la vida: las normas.

En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


abril 2013
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