El cuento de los miércoles. "El divorcio de Lola" (III) | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

El cuento de los miércoles. “El divorcio de Lola” (III)

 

“Aparte de Soco no tengo muchas amigas; soy hija única y aprendí a jugar sola. O a no jugar. Dice mi madre que me pasaba las horas muertas debajo de la mesa camilla de la sala sin ninguna muñeca a cuestas, tan sólo con una caja de hojalata de membrillo en la que guardaba cuatro porquerías –eso a sus ojos, claro- y que yo decía que eran “mi tesoro”. Mi madre se pasaba la vida cosiendo y dando suspiros de tamaño descomunal. No gritaba mucho, ni hablaba demasiado, mi madre cosía para las señoras con posibles del barrio y cuando venían a probarse me dejaba que me quedara escondida debajo de la mesa camilla si prometía no decir ni mú. Y bien calladita que me estaba yo, escuchando la pejiguera de unas y los remilgos de otras y sin entender apenas nada de lo que hablaban o será porque tampoco prestaba mucha atención ya que me perdía en mis ensoñaciones de niña pequeña, tendría como ocho o nueve años y será que la memoria me está fallando porque ya no me acuerdo muy bien qué pasaba por mi cabeza en aquellas circunstancias.

De esta forma solitaria pasé mi infancia aunque a veces venían a buscarme los tíos por parte de mamá y con los primos, que tenían un año más y un año menos que yo, me llevaban a alguna excursión o divertimento. Aquellos eran los momentos mejores de mi existencia, cuando tenía al alcance de mi mano a otros seres de mi edad que hablaban, más o menos, el mismo idioma que yo y se interesaban por parecidas cosas. Mi prima Adela, me llevaba un año y a mi primo Toño se lo sacaba yo, así que la cosa estaba más o menos equilibrada porque lo que abusaba mi prima conmigo podía yo abusarlo a mi vez con su hermano y todos tan contentos. Mis tíos estaban acostumbrados a los gritos, las carreras por el pasillo, el ruido del juego, las canciones y los llantos de sus hijos y eso hacía que pasar con ellos una tarde o un domingo completo me pareciera asistir a un espectáculo extraño y fuera por completo de mi alcance, tal era el rumor contenido y soterrado por el que transcurría la vida en casa de mis padres. Decían de mí que era una niña retraída y que hablaba poco…a ver, ¡cómo iba a ser si nadie me dirigía la palabra más allá del “ven aquí” o “ponte esto”! Por eso desarrollé una capacidad verborréica considerable por pura necesidad, pero siempre fuera del entorno hogareño, mis padres se hubieran sorprendido si hubieran visto cómo en el colegio charlaba por los codos en comparación con los silencios hoscos –y obligados- de casa.

Mi padre trabajaba de conductor de autobús urbano y se pegaba unos madrugones de espanto para estar en cocheras a las seis de la mañana cuando le tocaba la línea que pasaba por los barrios más populares –barrios obreros les llamaba mi madre, como si nosotros fuéramos aristócratas- y volvía cuando ya no era una hora decente para comer porque ya todos habíamos hecho la digestión, y por eso tenía que comer solo en la cocina, supongo que se aburría también o quizás lo agradeciese. Los dos –mi padre y mi madre- eran de carácter algo taciturno, eso lo supe después, en aquella época de mi infancia me parecían tristísimos, como si estuvieran de luto perenne por el abuelo paterno o la abuela materna que esa fue la relación con la tercera edad que tuve yo a mi primera edad. Mi padre, cuando venía contento de echar la partida en un bar que estaba algo lejos de casa, lugar al que le permitía mi madre ir por las tardes pero porque estaba en otro barrio donde no le conocían, buena era ella con “el qué dirán”, se estiraba y contaba algunas de las cosas que le habían pasado con el autobús.  “La burra” le llamaba, casi siempre eran quejas del mal comportamiento de algunos viajeros, de los que se colaban sin pagar y de su compañero el cobrador –que iba sentado en la parte de atrás, en una especie de trona con un mostradorcito pequeño donde estaba la máquina que sacaba los billetes –rac rac- y un cajón para el dinero- que increpaba a grito pelado pegándole (a mi padre) unos sustos de miedo, que se le escapaba el volante y todo y luego estaban los frenazos cuando alguien se cruzaba o un coche frenaba de sopetón, que se los tenían prohibidos casi porque el personal se iba hacia delante y no pocos se iban al suelo y claro, la culpa era suya, de quién si no, y luego la bronca del supervisor, aunque estuvo siempre muy ufano de no haber tenido nunca ningún accidente de consideración con su “burra”.

Como mi madre cosía no quedaba más remedio que ponerse en sus manos para las cosas del vestir y era una tortura china cuando se le ocurría pillar una revista de patrones y decidía qué me iba a hacer un vestido como el que llevaba la Carolina de Mónaco para ir a su internado de donde fuera; y no digo que mi madre no tuviera una visión glamourosa de la moda, pero yo no quería llevar “modelitos” sino lo mismo que llevaban todas las de mi edad: falda escocesa con imperdible y mi rebeca a juego y las medias de sport hasta las rodillas con dos borlitas colgando, tampoco era tanto pedir.

A partir de los catorce empezó la pelea –a muerte- por conseguir unos vaqueros y a mi madre no le entraba en la cabeza que la hija de una modista con cierto nombre y bien relacionada pudiera vestir algo que no hubiera salido de sus expertas manos. Creo que hasta encontró patrones para los vaqueros pero –Dios es misericordioso- no pudo conseguir la tela por ningún lado. Si hasta el vestido de la primera comunión me lo hizo ella copiando el modelo que había visto en el HOLA a la nieta de Franco, y no digo que no fuera un vestido precioso y que mi madre no fuera una modista estupenda, pero nadie valora lo que tiene de sobras y si bien mis amigas me envidiaban “los modelitos” yo suspiraba por sus vestidos “de trapillo” comprados en las primeras tiendas de “prêt à porter” o almacenes de tejidos y novedades. De ahí salió el que me tildaran ya desde pequeña como una desagradecida que nunca estaba conforme con lo que tenía.”

 LaAlquimista

** ¿Ayudita para el 4º capítulo…?

Capítulo I y II

https://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/2013/04/17/el-cuento-de-los-miercoles-el-divorcio-de-lola-i/

https://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/2013/04/24/el-cuento-de-los-miercoles-el-divorcio-de-lola-ii/

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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