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Cecilia Casado

A partir de los 50

Visita a Itzea. Aires de otro siglo

 

La casa que compró Pío Baroja en 1912 es tal y como la he contemplado en numerosas fotografías. Ha resistido el paso del tiempo, adormilándose en el verde y rosa frondoso de sus árboles y flores, como una imagen bucólica –y desde luego silenciosa- del recuerdo que alguna vez tuve del pequeño pueblo de la cuenca del río Bidasoa, Bera, en la Navarra salpicada de leyenda y poesía.

Es una tarde de verano, nunca demasiado caluroso en estos parajes al pie de los montes que ya otoñean. La puerta está abierta; nos esperan, puesto que hemos sido invitados, y es esta ausencia de barreras, allá donde encontramos un paso franco en vez de una puerta cerrada a la que hay que llamar y esa espera –anhelante, un poco nerviosa- a que abran, nos miren y reconozcan y asientan imperceptiblemente, sí, buenas tardes, bienvenidos, y como niños bien educados franquear un umbral fresco en penumbra de museo, es esta confianza, rural y universal a la vez, lo que hace que la sonrisa guíe los pasos escaleras arriba…

 

Pío Caro Baroja abre sus brazos en un gesto que no tiene edad; él también le ha hecho un quiebro al calendario y sigue estando erguido, tan alto como en sus mejores años –que también son estos, los del presente vivo y eficaz-, tan amable como siempre dijeron que era, al igual que su mujer, Josefina, que entra un rato y se va respetando el tiempo de tertulia, de escucha y paseo por la casa/mansión.

“Itzea”, de nombre sencillo –en vascuence literal “La Casa”- donde cohabitan respetuosamente la luz inextinguida del “padre” Pío Baroja,  su hermano Ricardo y “los hijos de Itzea”, que fueron tantos y todos extraordinarios, con un presente vivo en cada rincón de sus piedras con la estela de Julio Caro Baroja alumbrando los rincones sombríos.

¿Templo o museo?

Mientras Pío –que ya no tiene apellidos porque los ha dejado caer al entrar al comedor- nos va enseñando despacito los aposentos, relatando anécdotas desconocidas en los libros, mostrando con su mano de largos dedos los cuadros pintados por su tío Ricardo Baroja e invitándonos a entrar en un espacio íntimo y digno de todo respeto como es la habitación de su propia madre Carmen Baroja y Nessi, me fui distrayendo pensando en qué estaría sintiendo él en esos momentos, recorriendo una vez más, como cicerone amable y desinteresado, el suelo de madera de su niñez, mostrando el escritorio donde su tío Pío Baroja se sentaba a escribir durante horas junto a la ventana que sigue regalando su paisaje inmutable… una primera edición de “Los papeles póstumos del Club Pickwick” de Dickens al lado, como dejada sin querer encima de la mesa.

Porque vivir en una casa como esta –aunque sea temporadas cortas- tan llena de arte, sí, arte, no puede sino alborotar el espíritu que quizás desea abandonarse a una cierta tranquilidad de la edad. Recuerdos que siguen estando vivos: cuadros y esculturas, bustos sobre magníficos muebles y barcos colgando del techo; bibelots, porcelanas, marfil y mármol, piedra y madera; arcones, “kutxas” vascas, alacenas y secreteres, chaises longues y sillones orejeros para leer a la luz magnífica que entra del norte, del sur, de los cuatro costados de esta casa situada en el centro mismo del universo artístico de una época.

Al entrar en la segunda planta de Itzea, donde se halla la biblioteca, se impuso un silencio sobrecogido. No quise preguntar cuántos volúmenes albergaba porque ese dato es superfluo. Me acerqué todo lo que pude a libros de hace docenas, incluso cientos de años, joyas y reliquias a la vez, y los acaricié cuidadosamente, pensando que mis dedos no iban a deslucir la piel, el cuero de sus lomos antiguos.

Pío nos cuenta, Pío nos responde. Nos invita a compartir sus recuerdos, su tiempo en Mexico, sus documentales de aquel recordado programa de La2 “Conozca usted España”, sus libros, sus películas, sus viajes y el presente en el que vive y disfruta de la vida pausadamente, habiendo ya separado definitivamente lo importante de lo superfluo como es privilegio de la sabiduría.

Visité Itzea hace ya una semana; siete días en los que he ido dejando que se aposentaran en mi espíritu las horas compartidas, tiempo necesario para reubicar en mi ánimo algunas emociones y la reflexión profunda y larga que me ha suscitado el saberme privilegiada por haber tenido acceso a uno de mis “santuarios imaginados”.

Yo, que soy capaz de viajar a Londres o a Paris para visitar una exposición de arte contemporáneo o a Giverny para no poder sacar fotos de la casa llena de colores de Monet, he descubierto mucho más cerca un lugar fuera del tiempo donde la energía creadora sigue todavía viva, cien años después.

La he sentido, se me prendió en la ropa, se metió en mis recovecos emocionales y gracias a ella me siento un poco más feliz.

Gracias, Pío Caro Baroja por tu cariño amable y generoso. Nunca lo olvidaré. Ni a tu casa, tu Itzea del alma que vive contigo, todavía y siempre.

LaAlquimista

 

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotos: Cecilia Casado 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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