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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal. “Cuando la confianza mata el respeto”

 

En estos tiempos revueltos, de inseguridad incluso en lo más básico, y manifiesto descalabro de los valores humanos, en lo personal y en lo social, se va reduciendo el espacio en el que podemos movernos compartiendo respeto con algunos congéneres.

Porque una cosa es respetar al otro y otra bien distinta ser pagado con la misma moneda, es decir, con el mismo respeto.

Me llama muchísimo la atención el hecho de que, cuando estamos con gente muy cercana, ésa con la que tenemos “confianza”, muchas veces se estira de la manga de una manera exagerada para hacer lo que a uno le da la gana, sin contar con el otro, pero amparándonos en esa dichosa “confianza”. Y la pongo entrecomillada porque es una palabra que está perdiendo su verdadero sentido para convertirse en una especie de goma elástica que se estira o se encoge a capricho del usuario.

Lo fácil con este tema es no ver la viga en el ojo propio porque estamos emocionados buscando la paja en el ojo ajeno, pero haciendo un pequeño esfuerzo, creo que todos podríamos contar anécdotas patéticas, divertidas o moralizantes.

Ahí va una de las últimas que he tenido el gusto o disgusto de protagonizar.

Ya no soy fumadora porque dejé de serlo hace doce años. Pero precisamente por eso entiendo a los que fuman, que les resulta muy difícil moverse con comodidad en esta sociedad anti-tabaco. Bueno, pues yo tuve una amiga fumadora cuyo comportamiento era paradigmático al respecto. Cuando íbamos juntas a casa ajena nunca fumaba. O si acaso pedía permiso para fumar en el balcón. Pero en mi casa, no se cortaba un pelo y –a pesar de que se lo había dicho mil veces- siguió blandiendo sus cigarrillos en un ataque a mis costumbres diferentes a las suyas, previa amenaza de que o le permitía fumar o no venía a visitarme. Y yo, por respeto y cariño, nunca le cerré la puerta.  Claro, “como hay confianza…”.

Por otros motivos diferentes al tabaco pero relacionados con el respeto cortamos la relación. Ahora ella no tiene que soportar mis malos humores ni yo sus malos humos…

Otro de los temas que me ponen del higadillo es la maldita costumbre que tienen muchísimas personas –no vamos a hablar de educación sino de “costumbre”- de eructar en público sin cortarse ni un pelo. ¡Ojo! Que no lo hacen en la comida de la empresa o en la cena de cumpleaños de los amigos, sino en su casa, con su familia, delante de aquellas personas con las que “hay confianza”. ¿Es de recibo que se saquen del armario los “buenos modales” para salir a la calle y en casa uno se comporte como un ser maleducado? Y eso por no hablar de las ventosidades, que algunas personas tienen  “patente de corso”.

¡Pero si son funciones naturales del ser humano –me dirán-¡ ¿A qué viene tanto remilgo a estas alturas de la película?

Yo tengo mi propia teoría al respecto. A ver si a alguien le sirve.

Entiendo que el respeto y la confianza nunca deben estar reñidos sino que tienen que ser complementarios. Es decir, no por mucha confianza que haya entre las personas el respeto tiene que ser dejado de lado en ningún caso. Y los límites los pone cada uno. ¿Qué a ti te gusta estar en casa viendo la tele en ropa interior y soltando flatulencias en el sofá? Pues muy bien, siempre que tengas a tu lado a alguien que sea IGUAL QUE TÚ y a quien no le moleste en absoluto. O que estés solo, claro.

Esto también vale para aquellas personas que no soportan compartir el cuarto de baño con su propia pareja; hay que estar de acuerdo para respetar el gusto del otro, la necesidad del otro y las ideas del otro. Y si se anda “cada oveja con su pareja”, seguro que todo marcha mucho mejor…

Pero a mí no me gusta que “la confianza” que el otro tenga conmigo vaya minando la idea del respeto que quiero que haya entre nosotros. Por supuesto, no me olvido de observar al otro y la idea del respeto que él quiere que haya entre nosotros también.

Y si soy rarita…pues lo soy. ¡Qué le vamos a hacer!

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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