He vuelto a hacer las maletas. Despliego mis alas con 23kgs. facturados y dejo que me lleven allá donde el amor tiene nombre de mujer: el de mi hija mayor. Nueve meses enteros sin tomarla entre mis brazos. Quiero recuperar su aroma de toda la vida, ese olor sutil que identifica la nostalgia con los ojos cerrados, ese perfume que emana la esencia de alguien a quien amamos.

Mis hijas+1 y yo; las “tres Marias” que llevamos toda la vida jugando a desplazarnos por el mapa del mundo, saltando de país en país, ligeras de equipaje pero plenas de generoso cariño, dejando en ciudades nuevas y hermosas parte de lo que somos, sembrando de ilusiones adoquines y campos verdes, riberas de ríos y selvas de otro siglo.

No son vacaciones. Es un tiempo de reencuentro, de volver a poner cada abrazo en su sitio, de mirarnos a los ojos –las tres- y contarnos las arrugas (más ellas a mí) que han traído las nuevas ilusiones o que han dejado las que ya no nos sirven.

El país que nos acoge es Mexico -una vez más-, pero quedando lejos la locura frenética del Distrito Federal ya que la vida nos lleva a la costa del Caribe yucateco, allá donde siempre hace mucho calor, pero hay menos automóviles y más naturaleza accesible al ser humano.

No son vacaciones. Es la oportunidad de participar de los nuevos sueños de nuestra hija y hermana; la oportunidad de conocer su casa, su proyecto compartido con el compañero elegido; pisar la hierba de su jardín, esparcir energía positiva en las estancias, lanzar besos para que se incrusten en las paredes y cantos a las estrellas para que acojan sus noches y guardar risas en el frigorífico para cuando necesiten doble ración de lo que les llevamos para compartir…

Mi hija y su compañero del alma han elegido vivir en Mexico después de dos años de experiencia de prueba. No son expatriados, en absoluto, sino dos personas adultas que, aun teniendo trabajo en España, aprovecharon la oportunidad de un nuevo horizonte en el que desarrollar su profesión sin estar atados a la noria alienante y descorazonadora en que se ha convertido el espectro laboral por estos lares.

Ellos están felices en Yucatán. Sobre todo porque son felices en su interior y el bienestar forma parte de su íntimo equipaje. Y es ahora el momento de volver a hacer las maletas y “recargar las pilas” vitales en lo familiar, volverme a sentir m a d r e sin fisuras con mis dos criaturas –erguidas ante la vida, plenas de sueños- envolviéndome en el manto invisible de amor que nos ampara.

Celebraremos por anticipado el Año Nuevo y en diferido los cumpleaños. Brindaremos por el tiempo por venir y enviaremos besos amorosos a las estrellas para quienes con nosotras ya no están. Cantaremos el viejo himno de Sarriegui y lo aromatizaremos con jamón del que no hay allí pero cabe en la maleta. Lástima que la sidra no resiste en los aviones… No esperamos a que llegue la Navidad porque el amor entre quienes se quieren está vigente en cualquier fecha del calendario.

No son vacaciones. Es un paso más en mi viaje a Itaca…

En fin.

LaAlquimista

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