Si hay un momento inefable y místico es ése del silencio desnudo frente a la inmensidad de la naturaleza. Esos instantes que se viven en lo profundo y que si no se comparten amorosamente no hay palabras o imágenes capaces de transmitir lo vivido.

Pero lo voy a intentar porque el regalo sabe más rico si se comparte…

Imaginemos que son las seis de la mañana en una isla plena de verde esmeralda y blanco como un vestido de novia. Que la luna, rebosándose, se retira silenciosa envuelta en un manto dorado que la brisa desgaja del sol, dios exuberante para todos los seres vivos que habitan la isla. Imaginemos que quienes tienen que trabajar están despertándose y quienes disfrutan del ocio todavía dormirán un buen rato. Y que el tiempo se ha suspendido envuelto en luces que van encendiéndose poco a poco… los reflejos en la seda del mar, las gaviotas soñadoras aún, una barca esperando su faena, unos pescadores bordando la espuma con la red, una pareja haciendo yoga envuelta en su espacio íntimo e infinito…

He visto con los ojos lo que no he querido plasmar con la cámara por no perderme ese momento emocionante. Y he sido egoísta guardando para mí el alimento que necesito en estos momentos.

Lejos de mi casa y cerca de mis seres amados. Unidos en un proyecto que va más allá del corazón y más acá de lo que se puede tocar con las manos. En una isla en medio del Golfo de Mexico donde la gente anda descalza porque las calles son de arena, donde no hay coches y hemos encontrado un alojamiento hermoso y ecológico, integrado en la vegetación y en la fauna, con iguanas entre las piedras y la hierba del jardín. Mariposas del tamaño de pájaros revolotean a mi lado sin tenerme miedo. El techo de paja de la cabaña esconde aire acondicionado y una ducha de caracola. Hay wifi y frigorífico, pero también hamacas para dormir, madera para pisar… Los sueños hay que traerlos en la mochila.

Con agua quieta en el mar, dormida todavía, de un verde imposible gracias a la arena y sus conchitas; hay un límite en el que se vuelve azul, más profunda y fría… es un bautismo iniciático más que un baño de mar…pero ¡tan hermoso!

Camino por la franja que separa la orilla del mar de la senda por la que pasarán dentro de un rato los trabajadores de los hoteles que bordean la costa.

Una pareja medita en silencio al borde del mar. Procuro pasar lo más silenciosamente, pero no puedo resistir la tentación de captarlos con mi cámara. Es un momento zen.

Unos pescadores, metidos en el agua hasta la cintura, ejecutan un baile pausado haciendo bucles con una red que atrapará el alimento necesario. Las gaviotas, observan tranquilas, quizás esperan a que les brinden algún pez sin tener que esforzarse mucho… dos hamacas sobre el agua ofrecen un relax que riza el rizo de lo sofisticado: cosas de turistas.

Ya hay una iguana en mi jardín: mide más de medio metro y le he puesto de nombre Arritxu, es igual que una piedra de otra era, un pequeño dinosaurio doméstico y juguetón.

Sigue el silencio invadiéndolo todo.

Mucho por sentir y algo para reflexionar…

La vie est belle!

LaAlquimista

Fotos: Cecilia Casado

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