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Cecilia Casado

A partir de los 50

Las comparaciones NO son odiosas…sino necesarias

 

Salí de Mérida (México) a las 12 del mediodía y llegué a Donostia a las ocho de la tarde del día siguiente. Veintiocho horas de viaje arrastrando jet-lag y muchísimo sueño, pero como soy de las que piensan que “de perdidos al río”, hicimos “parada y fonda” en Aranda de Duero para degustar un maravilloso lechazo al horno; ya puestos, mejor aprovechar la ocasión de que pasábamos por el lugar de vuelta al txoko desde el aeropuerto de Madrid. En realidad –y según mi reloj- me metí un desayuno de morcilla, jamón y cordero (bien regado con vino) a las siete y media de la mañana, pero fue mano de santo para reajustar mis horarios corporales. Eso y dormir esa noche catorce horas seguidas, claro está.

Así que ya estoy de nuevo en el diecisiete, mirando la ciudad con ojos nuevos, novísimos…porque ¡cuánto he aprendido en este viaje a México!

Lo profundo tengo que dejarlo reposar ya que ha sido intenso, impactante y muy hermoso, pero de lo liviano puedo ir sacando ya mis pequeñas reflexiones. La primera de ellas da título al post de hoy: “Las comparaciones…son necesarias”, vaya que sí lo son.

Recuerdo que hace unas semanas andaba yo renegando –en público y en privado- de mi necesidad perentoria de salir del asfalto poco a poco, de integrarme más en la naturaleza aunque fuera visitando parques y bosques, pisando hierba de vez en cuando, soñando –y sigo soñando- con vivir en un entorno con menos ladrillo y cemento y más árboles, pájaros y silencio. (Este sueño sigue vigente)

Ahora retorno a mi ciudad de siempre, a esta Donostia-San Sebastián a la que (injustamente) he puesto tantas pegas, con los brazos abiertos, pidiendo perdón. Como en esos amores fútiles en los que se cree encontrar el sueño soñado y, cuando fallan, cuando defraudan, nos hacen volver al que antaño nos pareciera aburrido y rutinario de esta forma: pidiendo perdón y esperando ser otra vez acogidos.

Esto me ocurre porque he pasado muchos días visitando la otra punta del mundo, un país al que no me queda más remedio que amar porque mi hija mayor ha decidido emprender una nueva vida en él junto con su compañero del alma e instalarse a vivir en la ciudad de Mérida en Yucatán (Mexico).

Como ser humano normalito que soy no he dejado de asombrarme de todo cuanto he visto, de mirar con ojos nuevos y sorprendidos una forma de vivir completamente diferente a la que acostumbro, una manera de vivir que viene impuesta por razones de cultura, clima y supervivencia. Y no he podido evitar comparar… y comparando, darme cuenta de lo injusta que estaba siendo con mi pequeña ciudad de provincias, bonita como una flor recién abierta y dulce como un beso inesperado.

Mérida es también una hermosa ciudad, “la ciudad blanca” la llaman y además es la más segura de todo México. Sin embargo… allí no puedo disfrutar de un otoño rojo en el bosque…simplemente porque no hay bosque. Me quedaría sin los paseos matutinos por la orilla del mar o a lo largo del río, sin llevar mis pensamientos a tomar el aire a la punta de cualquiera de los montes que tanto quiero… Enseguida he echado de menos los bares con gente, las terrazas donde todo es carísimo, los paseos con mi perro por el barrio, la chupa de cuero al atardecer, la funda nórdica por la noche, el pescado en la pescadería, el mercado donde puedo comer todo cuanto está a la vista sin privarme de nada por cuestión de salud…

No hay como comparar en esta vida para darse cuenta de que, demasiadas veces, la queja, la protesta, el disgusto y la disconformidad no son más que malestares que uno lleva dentro y poco o nada tienen que ver con “el otro”, aunque ese otro sea, en este caso, una ciudad, el entorno habitual.

A doce mil kilómetros de mi casa he comenzado –una vez más- a apreciarla y valorarla como se merece, simplemente por el hecho de haber hecho una comparación poco odiosa y muy necesaria.

Y vuelvo feliz por un lado y algo rabiosa conmigo misma por otro, por haber sido tan tonta y no haberme dado cuenta antes…de todo lo maravilloso que tengo a mi alcance y que no he podido valorar en su justa medida, simplemente… por no haber sabido hacerlo desde adentro.

Es lo que tiene esto de hacer vuelos transatlánticos de tantas horas…que hay mucho tiempo para reflexionar.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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