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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una de camareros…

 

Hay quien le tiene manía al gremio de hostelería, otros a los taxistas, aquellos de allá a los psicólogos y muchos más a los funcionarios; también están los que no soportan a los que escriben un blog o a los que hacen el ridículo en la sobremesa de la caja tonta y eso sin descartar a los fontaneros sabelotodo, a los profesores legos en mil materias, electricistas que ejercen de ingenieros de la Nasa, médicos que fuman y dan consejos y conductores de autobús que se creen en el Jarama. Y no sigo porque entonces no cuento lo que quiero contar…

Pues resulta que, como ya no puedo ir al pintxo-pote de Gros porque me he metido en un curso los jueves que acaba a la hora de la cena, tengo que conformarme con el de mi barrio, que es los miércoles. De siete a nueve nada más, pero bueno, menos da una piedra y además tampoco es cosa de llegar a casa “tocados del ala” un día entre semana.

Como es divertido y excusa para juntarnos los amiguetes, allá que nos fuimos el otro día para exorcizar el jet-lag que arrastro de la vuelta de Mexico que es más largo que un día sin pan. Nos ponemos un tope, cuatro vinos o cuatro zuritos y cuatro pintxos y ya hemos cenado. (O casi) Así que dejamos “la espuela” para ir a un bar que está al costado del Centro Comercial Arcco y que se anunciaba en los carteles como parte del “recorrido oficial” del pintxo-pote.

Al entrar, el reloj de la pared del bar, marcaba las nueve en punto y yo, porque soy así de simpática, le dije a la chica que estaba en la barra: -“Llegamos a tiempo, ¿verdad?”, con la mejor de mis sonrisas de acompañamiento a la pregunta. Pero la chica debía de estar cansada o con algún mal rollo con el novio porque nos miró fijamente y dijo: – “NO. Ya son las nueve y no servimos más pintxo-pote”, sin sonrisa ni anestesia. Nos quedamos así, como un poco confusos ante el exabrupto innecesario y entonces el más serio de la “cuadri”, ése que no suele reirse de los chistes, no porque no los entienda sino porque no le hacen gracia, le espetó muy serio: “Yo creía que el pintxo-pote era para hacer clientes, no para espantarlos” –muy bien dicho, por cierto- a lo que la camarera (porque era camarera, no podía ser la dueña, por dios) insistió, esta vez ya de malos modos: “Que os he dicho que es hasta las nueve…y punto”.

Volvimos grupa en dirección a la calle sin despedirnos –no hacía falta- y eso dio para empezar a hablar de los gremios antipáticos, los colectivos que se llevan la mala fama por culpa de cuatro sinsorgos, y llegamos a un bar de los habituales a las nueve y cuarto donde nos dieron una albóndiga en salsa riquísima y un verdejo por 1,50€ por barba.

Yo quise defender al personal de hostelería –casi siempre exprimido como limones- y casi lo consigo, pero es que ayer domingo, en el puerto de Getaria, a la hora del café y como no tenía que conducir, se me antojó un gintonic en uno de los bares/restaurantes que escalonan tan agradable lugar.

Al pedirlo, el camarero que además parecía el patrón, con su acento contundente de un país balcánico –y esto es real, que si me hubiera hablado en Euskera también lo diría aquí-, con el vaso de sidra en la mano para prepararme el combinado, al ser requerido por mí que me lo pusiera, por favor, en una copa, se me vuelve, me mira y me dice: “si lo quieres en copa, te cobro un euro más”.

-“¿Perdonaaaaa?”, le contesto super asombrada.

– “Sí, seis euros en vaso, siete euros en copa”.

– “Pero oye –le digo, todavía sonriente,- ¡que no me voy a llevar la copa en el bolso!”

El hombre, impertérrito, oyes. Al final, por aquello de la crisis, le pido que, por favor, EN VASO… que un euro, es un euro…

Mientras lo degustaba –el gintonic- me acordé del comportamiento amable, profesional, casi exquisito, del personal de ese pequeño reducto de Cataluña en Donostia, a la vera del Urumea, donde el viernes celebramos un cumpleaños y fuimos atendidos de puro lujo.

Está claro que se nota muchísimo cuándo el trabajo se realiza con gusto y con ganas de agradar y cuándo por puro trámite y para llevarse el sueldo a casa.

¿Por qué se nota tanto esta amabilidad o su ausencia en el grupo de los hosteleros y se le da tanta importancia? Porque, doy fe, de que gente antipática, poco profesional y de mal humor te la encuentras por todas partes. Quizás sea porque el dinero gastado en el tiempo de ocio adquiere más valor por aquello de que sigue siendo un lujo gastárselo en los tiempos que corren.

Lo que tengo bien claro son dos cosas: la primera que ni yo ni nadie de mi cuadrilla va a volver a entrar al bar citado al principio. La segunda es que yo misma tengo que vigilar mi comportamiento y calibrar mi “punto de amabilidad”…que a veces también me falla…que yo también estoy cara al público aunque sea detrás de la pantalla del ordenador en vez de detrás de la barra de un bar.

E incluso plantearme llevar en el bolso un copón divino de cristal que uso en casa para tomar gintonics…¡a ver si me hacen descuento por el ahorro en el lavado de la vajilla!.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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