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Cecilia Casado

A partir de los 50

Año Nuevo, divorcio nuevo.

 

En mi buzón de correo electrónico recibo una “correspondencia” que, desgraciadamente, queda en el ámbito de lo privado e incluso de lo íntimo. Digo “desgraciadamente” porque, casi siempre, son mensajes preñados de ganas de vivir, algunas cuitas salvables, cuarto y mitad de los ánimos que sigo necesitando y algunas vivencias francamente esclarecedoras, mensajes todos ellos sobre los que pesa el acuerdo tácito de la no-divulgación.

Leo y releo el correo de L., una mujer de cincuenta años recién cumplidos que me hace partícipe de su situación, de su evolución como persona-humana y de la decisión que ha tomado para comenzar el nuevo año. Me autoriza a comentar su caso en público –de hecho, me lo sugiere con buena voluntad- porque, intuyo, que “necesita” apoyarse en algo más que mis palabras.

L. me cuenta que lleva casada treinta años; y cito textualmente: “Me quedé embarazada a los veinte de un chico que me gustaba mucho, pero al que no me unía nada, ni la educación recibida, ni la forma de ver la vida. Me pareció normal casarme con él ya que el aborto me parecía un crimen y ser madre soltera era otro crimen también en mi familia. Cuando nació la niña no me sentí muy feliz porque mi marido siguió haciendo su vida de cuadrilla mientras que yo tenía que trabajar fuera, cuidar la casa y cuidar de la cría y menos mal que mi madre me echó una mano porque de lo contrario me hubiera vuelto loca.”

Sigue L. desgranando lo que ha sido su vida desde entonces hasta ahora, siempre SABIENDO EN LO PROFUNDO que el hombre con el que se había casado no cumplía sus expectativas. Pero alguien le dijo que las mujeres podíamos “cambiar” a los hombres y se puso a ello cayendo en una de las falacias y trampas más extendidas entre mujeres y hombres, siendo esto posible porque se transmite de madres a hijas la presunción de que un hombre es “algo así” como (y vuelvo a citar) “…un ser humano que no madura y al que nosotras tenemos que enseñar a madurar”.

El caso es que, después de muchos años de matrimonio insatisfecho por ambas partes, L. planteó a su pareja –con la aquiescencia de su hija en la treintena- una separación de hecho (porque la otra ya se había producido en el transcurso de los años) para darse mutuamente la posibilidad de encontrarse a sí mismos y ¿por qué no? quizás acceder a un tipo de “felicidad” que les había estado vedado hasta ahora. (Veto, y esto lo digo yo, que posiblemente se habían puesto a sí mismos).

Entonces es cuando descubre L. que su marido se niega en redondo a dar este paso que ella considera necesario y liberador y al ver que ella insiste e insiste reconduce su actitud hacia el chantaje emocional (“¿qué voy a hacer yo sin ti?”) o a las amenazas (“si me destrozas la vida te arrepentirás”).

Siendo como son, tanto ella como él, dos personas normales y corrientes que conservan su puesto de trabajo y su independencia económica, sus amigos privativos y una buena salud, no comprende L. los porqués de la negativa de su marido; dice que “tiene miedo a la soledad” (él mucho más que ella) y al “descrédito social y familiar” porque no es plato de gusto que te “abandone” tu mujer.

Y en esas dudas estaba esta mujer que ahora sabe que tiene toda la vida por delante para ser ella misma y, de una vez por todas, hacer lo que siente en su interior que quiere hacer en vez de llevar la vida que “los demás” esperan de ella que viva.

¿Suena a recurrente o archisabido el tema? Pues mucho me temo que es bastante más habitual de lo que queremos aceptar nosotras, las mujeres que hemos sido educadas para mantener nuestro “rol” hasta que la muerte (o el hastío) nos separe.

Mi discurso –mi respuesta al correo de L.- es de lo más sencillo y natural. Atreverse a ser UNO MISMO –en femenino o en masculino- es un trabajo de Hércules que arrostramos todos los humanos de este mundo occidental. Porque lo trágico del caso es que nadie nos impide ser libres en una sociedad donde hay suficientes asideros (derechos de la mujer, divorcio, aceptación social, etc.), excepto el puro MIEDO que nos han metido entre pecho y espalda a ser “diferentes” apuntándonos con el cañón de la soledad y la incomprensión.

Mis ánimos renovados –en público y en privado- para L., esta mujer que se está descubriendo a sí misma con una valentía y dignidad que le pugna por salir de su más pura esencia. Ojalá que el cambio sea positivo tanto para ella como para su pareja.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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