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Tengo la inmensa suerte de no contar en mi historial familiar o colateral con ningún caso de alcoholismo, esa horrible enfermedad que destruye todo lo que toca, incluso a quien no la padece más que por persona interpuesta.
Sin embargo, en los últimos tiempos, me sobrecoge la observación de rutinas sociales, más que aceptadas, de profunda ingesta alcohólica. Esta observación viene dada por los continuos paseos que doy por el barrio paseando al perrillo –cosa que antes no tenía lugar- y el encuentro cotidiano con las mismas personas/personajes en la puerta (por el tabaco) o terrazas de los bares o en su interior cuando, yo misma, decido tomarme un aperitivo diurno o vespertino empujada por el “ambientillo”.
Son personas a las que no conozco más que de vista, “conocidos” del barrio con los que no me saludo porque no hemos sido presentados jamás. Es decir, que no poseo ningún dato de sus vidas, nada sé de su historial personal, excepto que ahí están, cada día que paso por delante de ellos, verano e invierno, con calor o frío, agarrados a la copa de vino o al vaso de cerveza. (Y justo después de comer, la taza de café con su copa)
A veces entro al bar para tener un poco de conversación con algún vecino o alguna amiga a la que veo a través de los cristales; son esos días en los que la soledad se me cuela en el bolsillo y no sé qué hacer con ella, así que decido aprovechar los contactos humanos que están a mi alcance. Entonces, hago lo mismo que hacen todos los demás a los que observo en mis paseos cotidianos: me pido un chardonnay o un zurito y le hago un quiebro a la rutina durante media hora corta. Luego, me voy a casa tranquilamente con la satisfacción del deber cumplido.
Pero el otro día coincidí con una doctora (en medicina) que me dijo, muy seria ella, que “los vascos”, con el tema del pintxo-pote por un lado y la necesidad de evitar el aislamiento social por el otro, estábamos convirtiéndonos en alcohólicos sin ser conscientes de ello. Que si el zurito con el pintxo de media mañana, que si un par de blancos antes de subir a comer, más la copichuela con el café y vuelta a empezar por la tarde, los vinillos del pintxo-pote de los martes y los jueves en la zona oeste del barrio, el de los miércoles y los viernes en la zona este, añadido esto al consumo doméstico de vino en comidas y cenas normales o especiales. Y las copas, los “cubatas” del fin de semana con los amigos…
Que esa ingesta de alcohol socialmente aceptada y no señalada con el dedo iba a llevar a no pocos a procesos de deterioro interno (hígado, riñones, estómago, cardiopatías) que no se achacarán directamente al alcohol en sí, sino a otros factores, como el estrés, el deterioro propio de la edad y otras martingalas.
Me dejó muy ocupada en pensamientos encontrados…y en vigilar atentamente mi consumo de alcohol.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
Una nueva charla en EiTB Radio Vitoria, en el programa de mi amiga Patricia Furlong “La Fiaca”.
A partir del minuto 39′ con mucha y buena musiquita de por medio.
http://www.ivoox.com/fiaca-musica-historias-poesia-audios-mp3_rf_2744398_1.html