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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Qué hubieras hecho tú? (Una penosa situación femenina)

La otra noche a mi hija le apeteció acompañarnos a Elur y a mí en nuestro común paseo. La luna estaba pletórica de buenos deseos y nosotras también… No eran más que las ocho y le invité a tomar algo en una cafetería del barrio para darle a la “obligación” de sacar al perrillo un aspecto un poco más “devoto”. Al ir a pedir la consumición en la barra, advertí que se acodaba en ella un hombre que nos miró con fijeza excesiva por lo que yo también le miré a él, para concluir al instante que “no andaba muy católico”.

Al cabo de cinco minutos, se acercó a nuestra mesa y comenzó a requebrar exageradamente…al perro, situación a la que estoy muy habituada ya que me encuentro con muchos más amantes de los animales que de las personas cuando paseo con Elur.  A continuación, el hombre, con un movimiento violento y haciendo ruido, clavó su vaso de vino encima de nuestra mesa de una manera absolutamente maleducada e improcedente.

Otros parroquianos se volvieron al escuchar el ruido, pero como vieron que nosotras no decíamos nada, pues siguieron a lo suyo aunque mirando por el rabillo del ojo. El hombre en cuestión, se nos puso al lado, sin decir ni una sola palabra, pero levantando su vaso de vino y golpeando otra vez la mesa en varias ocasiones.

A la vista de la que se avecinaba, mi hija y yo recogimos los “aperos”, pagamos la consumición y salimos a la calle. Pero cuál es nuestra sorpresa cuando advertimos que el ciudadano en cuestión, sale detrás de nosotras y se nos pega de una manera descarada. Ya para entonces, estaba más que claro que iba bebido, por lo que mi hija, que no se corta un pelo, se le encaró y le preguntó a ver si le ocurría algo, a lo que el hombre respondió malamente que la calle era de todos y él andaba por dónde le daba la gana.

Le dimos la espalda y emprendimos nuestro camino de vuelta a casa con el tipo pegado a nuestros talones emitiendo ruiditos, pegando saltitos y haciendo todo tipo de monerías para llamar nuestra atención o quizás para molestarnos, no puedo saberlo. Pero como era una situación absurda y molesta, una situación de todo punto inadmisible puesto que estaba más que claro que lo que pretendía era “montar su numerito”, volvimos a pararnos y a preguntarle qué quería de nosotras.

Ahí es donde tomé conciencia de la rabia que se estaba larvando en mi interior puesto que la situación se convertía en surrealista por el hecho de que éramos dos mujeres en la calle a las que estaba molestando un hombre y que la situación no habría tenido lugar si con nosotras hubiera venido otro hombre. Esa rabia empezó a subirme hacia la garganta y vi que a mi hija le estaba pasando algo similar; es decir, que nos estaban entrando ganas de montar una buena bronca para pararle los pies al tipo.

Arrastré a mi hija al bar más cercano –bar del barrio, lleno de vecinos y conocidos- y nos acercamos a una pareja de conocidos con toda naturalidad. El tipo entró detrás de nosotras y se quedó alejado al ver que estábamos “protegidas”. Mientras se pedía otro vaso de vino tinto,  aprovechamos para salir disparadas del bar, dar la vuelta a la esquina y dejar al acosador con dos palmos de narices. Ahí se acaba la historia. ¿O no?

Pues no, no se acaba ahí la historia, porque volvimos a casa mi hija y yo echando pestes de la situación, imaginando lo que habría pasado si hubiera estado con nosotras un novio, un amigo, un acompañante masculino…

¡NADA, no habría pasado nada! Porque el tipo que estuvo amargándonos la velada durante más de media hora, ante la presencia de otro “macho” ni tan siquiera habría levantado la vista del suelo. Por cierto, un hombre de unos cuarenta y tantos, muy delgado (con media bofetada), gafas, vestido de vaqueros, anorak y gorra de béisbol con una mochilita roja a la espalda.

Estas situaciones son las que me hacen reflexionar sobre el papel de la mujer en la sociedad de hoy en día. ¿Hemos avanzado tanto como creemos o seguimos estando atemorizadas ante cualquier desmán que el macho de la especie apetezca llevar a cabo?

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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