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Cecilia Casado

A partir de los 50

Un domingo solitario y feliz o cómo combinar ambas cosas


Pocas cosas me dan tanta alegría como una bonita excursión fuera de la ciudad; al campo o al monte, al mar o a un sitio por descubrir, salir a pasar el día al aire libre es todo un placer para mí. Salir con la ilusión en la mochila y volver con el corazón lleno de paz y cansancio.

Pero no había nadie disponible para ese domingo que se anunciaba esplendoroso después del rigor invernal. Aquí tengo que decir que me produce perplejidad (y un punto de tristeza) constatar cómo las tres cuartas partes de las personas con las que me relaciono son urbanitas y sedentarias, es decir, que cuento con muy poca gente para realizar los planes “naturales” que tanto me gustan. Así que andaba yo dándole vueltas a la cabeza, pensando en recorrer a paso ligero la corniche que va de Hendaya a Sokoa mientras tachaba nombres en mi lista…

Los que se juerguean el sábado por la noche no se ponen las pilas hasta el domingo a la hora del vermú; tengo un par de amigas que nunca han pisado una tienda de deportes para comprar lo que ahí venden… y otras que dedican el fin de semana a “cumplir” con pareja y familia: nada que rascar.

De repente me di cuenta de que estaba creándose en mi interior una especie de ansiedad por el hecho de querer hacer un plan y no tener con quién compartirlo… ¡Estamos tan acostumbrados a hacerlo casi todo con alguien al lado!

Tardé casi cinco minutos en aceptar la única solución que la realidad ofrecía: ir sola.

Así que preparé mi mochila, metí algo de comida dentro, me embadurné bien de crema protectora y puse mi auto rojo rumbo a Francia (que para quien no lo sepa está a 20 kms. de donde yo vivo).

El silencio de la naturaleza y yo, la música del mar y yo, la brisa acariciando la arena y yo. Fui protagonista absoluta de mi propia paz interior, de esos momentos de felicidad que se sienten por dentro y que sería muy difícil explicar a quien no lo percibe de la misma manera.

Paseé hasta cansarme y después recalé en la pequeña playa de Sokoa donde hice mi picnic de cara al mar y dormí una siesta de espaldas al sol. A la hora vespertina en la que los españoles están de sobremesa o dando cabezadas en el sofá, los franceses se lanzan a la calle a disfrutar de lo que no pueden tener en su casa y de paso hacer el ejercicio necesario para hacer sitio a la cena. Y con ellos me fui hasta el pequeño puerto donde descubrí el Fuerte que desconocía.

Andarina solitaria entre gentes iguales a mí. Parejas jóvenes con niños, parejas mayores del brazo, parejas de novios besándose en los recovecos de piedra. Viento para llevarse volando las penas, sol para calentar los huesos del invierno, el alma ensanchada para aprehenderlo todo…

Una terraza con vistas al mar –la preciosa bahía de San Juan de Luz bajo un azul intenso-, un té y una “tarte tatin” para culminar el día, y Pink Floyd y su maravilloso “Wish you were here” acompañándome en el viaje de vuelta por la carretera de la costa –detesto las autopistas- para depositarme en casa feliz como una lombriz.

¡Y pensar que estuve a punto de quedarme en la ciudad sin hacer nada porque estaba sola!

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: Cecilia Casado

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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