Mi amiga S. vive muy lejos, pero siempre ha tenido un lugar reservado en mi corazón. Es de esas amistades que perduran a lo largo del tiempo sin necesidad de juntarse cada quince días para ir al cine o tomar unas cervezas. Hubo un tiempo en que nos escribíamos largas filípicas con pluma y papel; después nos enganchamos al teléfono y las primeras tarifas planas. Al tiempo llegó el correo electrónico y hoy día no sé si podríamos vivir sin el Skype.

Pero toda la tecnología puntera no puede sustituir lo que es el abrazo sentido, notando junto a nuestro pecho otro corazón latiendo fuerte, ese calorcillo al juntar las mejillas, el apretujón lleno de amor que dura –según los cánones- más de veinte segundos y que no se termina, tan sólo se interrumpe, para mirarse a los ojos, alegrarse por tener a la persona querida en el mismo metro cuadrado…

Así se lo hice ver el otro día, en el transcurso de una media horita tonta en la que nos estuvimos contando cosas antes de cenar, porque hubo un tiempo en el que programábamos vacaciones –un año tú, otro año yo- para juntarnos, bien en su isla, bien en mi ciudad y compartir la fiesta alegre de la amistad. Digamos que llevamos ya sin encontrarnos “in person” casi cinco años, siempre con diversas excusas circunstanciales, esos otros “compromisos” que impiden llevar a cabo los planes que verdaderamente desearíamos realizar y que quedan relegados a la trastienda de la comodidad.

Se nos ha hecho tan fácil la “relación” con un aparatito en las manos que hemos casi olvidado cómo se sujeta un bolígrafo o una pluma y mucha gente tendría que rebuscar en los cajones para encontrar una cuartilla o folio en blanco donde ESCRIBIR…

Así que le hice –con todo mi amor- una declaración de intenciones sobre cómo sentía yo que deseaba siguiera siendo nuestra amistad…por la parte que me toca.

Intentaré que nos veamos una vez al año, todos los años que nos queden de vida. Como no tengo compromisos que me aten, procuraré ser yo quien viaje a verla a ella. Usaré el teléfono fijo y el Skype en la medida en que nos ayude como apoyo emocional a las ganas de compartir con la otra persona vicisitudes diversas.

El wattsapp descartado total y absolutamente: no somos androides todavía. (Y eso lo saben todos mis amigos: yo no contesto a los mensajitos, al igual que tampoco lo hice en su día con los famosos (y ya olvidados(“sms”); mientras no me quede muda o sorda todavía prefiero utilizar la voz, mi voz.

Me parece patético, sí, patético, que personas que tienen algo importante que decirse, amantes, novios, amigos y todo el etcétera previsto, se autoimpongan la limitación absurda de la mini pantallita y el minitecladito para decirse cosas de cierta relevancia. La única excepción en la que puedo estar de acuerdo es la misma en la que me veo inmersa por la distancia

“milkilométrica” con mi hija “mexicana”…

Sí, ya sé que soy rarita; sí, ya sé que no siempre voy al mismo compás y ritmo de los tiempos; sí, todo eso ya lo sé. Pero también sé que no sería yo misma si mis convicciones, si mi forma de relacionarme con los demás, estuviera sujeta a la rotundidad insalvable de los avances tecnológicos. También tengo derecho a decidir cómo me siento feliz amando y cómo me siento feliz sintiéndome amada; y, desde luego, no es por “ordenador interpuesto”.

Y he tenido la suerte de que mi amiga S. piensa igual que yo. A partir de ahora, la distancia no va a restar en nuestra relación, sino que va a ser un acicate para viajar un poco más, disfrutar otro poco más y seguir queriéndonos como siempre: mucho.

En fin.

LaAlquimista

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