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Cecilia Casado

A partir de los 50

Quinientos kilómetros por carretera nacional; un deporte de riesgo

Llevo veinticuatro años yendo y viniendo “a mi otro mar” atravesando el mapa por autopistas. Por rapidez, seguridad y comodidad, he ido alimentando las arcas ansiosas de los dueños de las “AP” (Autopista de Peaje). Pero pagar casi 50€ en peajes por recorrer 500 km. se me ha antojado de repente un lujo y, ayer mismo, decidí tener una experiencia nueva.

Me propuse volver al Cantábrico desde el Mediterráneo por las Carreteras del Estado (se llaman así las “nacionales”), respetando los límites de velocidad y haciendo caso de cuantas señales de tráfico encontrara en mi camino. Ya imaginaba que, en vez de tardar las cuatro horas y media de rigor, la cosa iba a alargarse, pero… ¿Quién tiene prisa por llegar a casa volviendo de vacaciones?

Lo primero que observé fue que la carretera estaba abarrotada de camiones, una flota inmensa de traylers que –casi todos- van por encima de la velocidad permitida a los ejes del semi-remolque o camionazo y que circulan a su bola, nada de ayudar en los adelantamientos o de echar las luces cuando está acechando la Guardia Civil en un cambio de rasante… Será que como ya no hay autoestopistas –ni femeninas ni masculinos- los camioneros se han “deshumanizado” y ya sólo hablan con la chica del GPS…

Entre camión y camión estábamos nosotros, los vehículos “turismo” conducidos por no-profesionales que no nos conocemos cada curva, cada cruce, ni los chaflanes donde están escondidos los radares con los que la D.G.T aumenta sus arcas sin mover un dedo.

Vaya por delante que me gusta mucho conducir, que un viaje en coche -como conductora, nunca como copiloto- me parece una experiencia relajante –ahora ya no- aderezada con la contemplación del paisaje y que permite e invita a ciertas divagaciones de la mente que siempre me han sido muy placenteras. Parar aquí o allá si un lugar pintoresco atrae la atención, tomar un café de verdad –y no el aguachirri de los “restops” de autopista-, echar una cabezadita bajo unos árboles sin tener que ponerse el chaleco reflectante ni colocar los triángulos y, en definitiva, sentir la sensación del VIAJE en presente de indicativo y no por “piloto automático interpuesto”.

Las carreteras son buenas o menos buenas en función de la provincia que se atraviese y de cómo la Diputación pertinente gestione el presupuesto destinado a asfalto, pintura y señales de tráfico. Toda una sorpresa por descubrir.

A cien por hora se circula bien, el coche consume poco y las piernas no se acalambran gracias a que hay que pisar el embrague muy a menudo. Entretenido. Lo extraño es cuando empiezan a aparecer en el retrovisor bólidos que te adelantan superando con creces el límite de velocidad y realizando maniobras indecentemente peligrosas para todos los coches. Comerse la raya continua, entrar en un cambio de rasante por el carril izquierdo (como si tuvieran una bola de cristal para ver quién viene de frente), derrapar en una curva marcada como peligrosa (benditos ángeles de la guarda, cuánto trabajo extra) y, curiosamente, a fuerza de fijarme en estos coches, constatar que son coches VIEJOS, con matrícula de hace quince años o más, modelos incluso retirados del mercado, cuanto más estruendosos más estúpidamente arriesgados.

Una furgoneta amarilla me adelanta cargándose la doble raya continua y haciendo que un coche que viene de frente le largue todas las luces además de un largo bocinazo; el quiebro coloca a la furgoneta delante de mí y detrás de un camión que impide cualquier visibilidad. Sin importarle demasiado, vuelve a adelantar con una salida en reprise típica de coches con muchas válvulas y vuelve a invadir el carril contrario. Lo último que le veo a la furgona amarilla es que sigue adelantando coches en lontananza a pesar de las señales que lo prohíben explícita e inocentemente.

Diez minutos después, varios vehículos que vienen de frente van echando las luces y se ve ya la larga cola de camiones y coches detenida en lo alto de una loma. Accidente. El coche que me precede –supongo que conocedor de la zona- se mete por un camino de tierra paralelo a la carretera y yo doy volantazo y le sigo. Pasamos despacio y salpicando piedras a pocos metros del lugar del accidente. Hay un camión medio atravesado en el cambio de rasante y una furgoneta amarilla volcada en el lado izquierdo de la carretera.

Llegamos al pueblo por el atajo polvoriento y el coche guía se detiene bruscamente; yo hago lo mismo a la puerta de un bar con la imperiosa necesidad de tomarme una tila.

Mi perrillo no ha dicho nada, pero le leo el pensamiento. En el siguiente cruce, tiramos hacia la autopista con la alegría de tener dinero para pagar todos los peajes que hagan falta hasta llegar –a ser posible sana y salva- hasta mi casa.

El resto del trayecto no puedo dejar de preguntarme qué pasaba por el cerebro del conductor que con su inconsciencia ha jugado con la vida propia y la ajena, dejando tras de sí un rastro de hierros retorcidos y, posiblemente, muchísimos daños colaterales en lo humano.

En fin.

*Los accidentes de circulación son la PRIMERA causa de muerte a nivel mundial. (Información obtenida a través de Google)

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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