Hace ya nueve meses que dejé en “mi otro mar” a mi querida amiga P. haciendo manitas con un belga que había quemado sus naves en Amberes para venirse a empezar una nueva vida llena del júbilo de la jubilación en estas tierras mediterráneas. El post que escribí entonces (que he recuperado de la vorágine y mi desorden cibernético) me recuerda que me lo perdí por los pelos (puesto que yo me volvía a mis tierras norteñas) y mi amiga –con padrón en el pueblo- decidió probar suerte con las mieles extranjeras.
Han pasado el invierno en buena armonía a pesar de no hablar él ni una palabra de español y ella ni una palabra de francés ni flamenco. ¿Cómo se hace esto? Pues muy sencillo: hablando el idioma internacional de la piel y…armándose de paciencia, cariño y buena voluntad, además de un diccionario.
Esas tres virtudes ¿? las posee mi amiga por arrobas, además de ser guapísima, tener gracia y salero de sobra (no es catalana, todo hay que decirlo) y poseer una visión de la vida muy sui generis que le permite adaptarse a las situaciones variopintas que se le presentan sacando de todas ellas el mejor y más alimenticio jugo.
Así las cosas, ella ha viajado con él a su país para conocer amigos, familia, costumbres. Se mete entre pecho y espalda los guisotes centroeuropeos que él le cocina aunque haya que comérselos por la noche y las calorías desborden la mesa, el mantel y se desparramen por las losetas del suelo… Se va a apuntar a un curso de francés para poder decirle a su chico Je t’aime mon amour con acento del Escalda y, en resumidas cuentas, se ha tragado muchos partidos del mundial de futbol –deporte que él adora visionar- para “adaptarse” a la idiosincrasia de su amado en particular y del país de su amado en general.
Por contra, este buen señor, no tiene la más mínima intención de aprender español, se ha colocado una parabólica en su terraza para ver la tele de su país, sigue funcionando con sus horarios de origen (almuerzo de pacotilla a mediodía y cena con todos los sacramentos por la noche), se relaciona con vecinos belgas, busca los bares de extranjeros y, en mi simpática opinión, sólo le falta llevar el traje típico, porque lo que es la bandera la tiene bien colocada en la balconada de su casa.
¡Luego decimos de los “inmigrantes” que no se integran en nuestras costumbres y siguen con el turbante en la cabeza o el velo puesto o soplando la flauta andina o bailando bachata …! Alegría de Europa unida que hace que vengan de fuera a vivir aquí–porque es el país donde más barata está la vivienda- pero que sigan mirándonos como por encima del hombro a los “aborígenes”. ¡Alegría, alegría! ¡Pruebe usted a ir a vivir a Bélgica (o cualquier otro país de EUROPA y pretender que ellos aprendan español y coman tortilla de patatas) y no adaptarse! En seis meses estás en una esquina, marginado, sin nadie que te invite a una triste jarra de cerveza…
Aquí es que somos acogedores, amables, no nos andamos con pamplinas y valoramos el cochazo que el señor este tiene y los buenos euros que va dejando en el hiper donde compra… ¡productos de su país, faltaría más!
Además de todo lo anteriormente expuesto, también somos un poco ingenuos… ¿o no? En cualquier caso, feliz vida amorosa para mi amiga querida…con belga o payès a su lado…
En fin.
LaAlquimista
https://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/2013/09/09/ser-valiente-a-los-sesenta/
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