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Cecilia Casado

A partir de los 50

La emoción de ir en dirección contraria

 

Ya desde pequeña apunté maneras –al decir de mi madre-, dando la nota y molestando a todo el mundo a causa de mi mal conformar con las normas que, como ruedas de molino, se empeñaban en hacerme tragar. No es que estuviera en contra de todo en general sino que lo que me importaba era dar mi toque personal a las cosas, que se me permitiera alguna pequeña libertad que –ingenua de mí- estaba convencida me era debida.

Por poner un ejemplo simple: si había que ir a misa los domingos en familia yo no quería ir a las doce, con lucimiento de vestidos y saludos al vecindario, sino que quería ir sola, a la de las nueve de la mañana, con menos gente y menos tontería, amen de tener la mañana libre para realizar las actividades propias de un domingo y una adolescente.

Padres y educadores se empeñaron en reconducirme, enderezarme o simplemente doblegar mi voluntad utilizando los medios que la época (franquista) ponía a su alcance: castigos, represión y maltrato tanto físico como psíquico. En aquella época no había nada “social” que amparara a los menores de edad que se rebelaban; ni asistentes sociales, ni psicólogos en la plantilla del colegio, ni defensores del menor; había que librar las batallas en solitario sabiendo que estaban perdidas de antemano. Y a quien se escapaba de casa le echaban detrás a la Guardia Civil y punto. Eso cuando no enviaban a los díscolos jovenzuelos a los mal llamados “reformatorios” que más que reformar nada lo que hacían era propiciar la desbandada de los demonios atados en el interior de un alma libre que no encontraba su sitio en la sociedad reprimida que lo rodeaba.

Así crecí y así llegué a los cincuenta, aprendiendo a elegir mi propio camino a pesar del disgusto de la familia y la incomprensión de quienes no me respetaban o amaban lo suficiente. Un camino que sigue buscando la ruta alternativa y que me da gran satisfacción íntima y también algunos disgustos públicos…

¿Quién lleva la razón? ¿Qué es lo correcto? ¿Quién se atreve a etiquetar el bien y el mal? Yo no, desde luego. Pero mucho me temo que son legión los que sí osan hacerlo sin el menor rubor e, investidos de una autoridad moral comprada en mercados desconocidos para mí, proclaman a los cuatro vientos las normas y reglas de la “buena conducción” en la vida.

En el tema de las vacaciones también tengo tendencia a quedarme cuando todos se van y a marcharme cuando los demás regresan. El mes de Septiembre no es para mí el comienzo de un “nuevo curso” sino el tiempo moroso y placentero de disfrutar del sol sin quemarme, de la mar con horizonte, de sentarme a ver crecer la hierba mientras mi espíritu juguetea con los olivos del jardín. Busco salirme del rebaño sin trompicones, aprovechando lo que queda –que es mucho todavía-  y, por fin, conseguirlo sin que los daños colaterales sean remarcables; cuestión de edad, me temo que es.

Después de una semana “alejada del mundanal ruido”, vuelvo a “mi otro mar” a rematar el verano. A ver amanecer con los pájaros, a bañarme en el mar cuando acaban de dejar sus huellas en la arena las gaviotas, a tomar un café con leche en el chiringuito mojado que se despereza para otro día cansino, a escribir cuando me entran las ganas, a dormir homenajeando al cuerpo, a comer comida sana cocinada con cariño y, sobre todo, a sentir que puedo ser yo misma “a pesar de todos los que circulan en dirección contraria”.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2014
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