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Cecilia Casado

A partir de los 50

Las sorpresas de la convivencia (I)

 

Dicen que la convivencia mata el amor entre las parejas y eso es tanto como decir que cuando hay poco amor éste no resiste las fricciones de paredes comunes. Dicen que de puertas para adentro es cuando se conoce realmente a las personas, que casi todos tenemos dos caras, una para lucirla por la calle y otra para andar por casa. Dicen también –aunque yo no lo he aplaudido jamás- que la verdadera personalidad aflora cuando uno se calza las zapatillas viejas que más cómodas le resultan… 

Pero independientemente de lo que se diga por ahí, yo tengo mi propia experiencia, cada vez más extensa, puesto que no he dejado (y no pienso dejar) de invitar a personas “amigas” a mi casa, a compartir el pan y la sal, a dormir bajo mi techo, a comer mi comida y demostrarles así la confianza que les tengo amen del cariño incondicional.

Es esta actitud mía asaz peligrosa puesto que se corre el riesgo de encontrarse en situaciones inesperadas, insospechadas o incluso totalmente absurdas; no obstante, mantengo mi costumbre pertinaz porque el balance siempre se inclina a favor del conocimiento de personas humanas que enriquecen mi vida durante el tiempo compartido.

Contaré dos ejemplos, dos situaciones vividas ambas en los últimos meses. Una de ellas con una persona absolutamente desconocida; la otra con una persona amiga y cercana.

Ya conté alguna vez en este blog que formo parte de una asociación que se llama “The Hospitality Club” cuyos miembros ofrecen cobijo y atención –durante unas pocas noches- a viajeros de otros países o regiones que quieren conocer nuestra tierra relacionándose directamente con el “paisanaje”. También cuenta el hecho de ahorrarse el hospedaje, pero esa vertiente del asunto no me interesa ni la tengo presente cuando abro las puertas de mi casa a alguien que, a través del Club me lo solicita.

Así tuvimos en casa a Sergei, un ruso moscovita, bohemio, viajero recalcitrante, cineasta, artista, fotógrafo, que viaja durante seis meses al año por todo el mapamundi y que solicitó mi amparo donostiarra para comenzar desde la mismísima bahía de la Concha su Camino de Santiago por la Costa. Un tipo con cara de niño bueno que desdecía sus cuarenta y tres, un hombre educado que se descalzó al entrar en mi casa, que alabó y agradeció la cama confortable, la compañía, la cocina vasca con la que fue feliz a la hora de la cena. A cambio nos contó cosas de su país que no figuran en la wikipedia y que nos estremecieron y que no soy capaz de reproducir aquí… ¡Tienen tan poca libertad!

En la mañana, después de un copioso y compartido desayuno partió en su peregrinaje provisto de una mochila pequeña, de las de ir al gimnasio y poco más. Ligero de equipaje por fuera y por dentro, fue el ejemplo clarísimo de lo absurdo de viajar cargando “seguridad” cuando basta y sobra con un recambio de ropa y calzado, el sombrero y el corazón abierto, la sonrisa ancha…y la Visa y el Android claro está.

Dejó recogido el cuarto de invitados, fregó los platos, se deshizo en agradecimiento por la hospitalidad, nos prometió volver a visitarnos a la vuelta y cocinar algo rico y ruso, nos ofreció su casa en Rusia y nos abrazó como si fuéramos viejos amigos.

Un aprendizaje perfecto para confiar en el ser humano.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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