Muchas veces había escuchado o leído la frasecita de marras; casi siempre en un contexto comunista o comunal –de comuna-, por aquello de compartir lo material y regalar generosamente lo espiritual. Una de las frases de mi juventud, uno de los conceptos utópicos arrumbados a la trastienda de las asignaturas pendientes o –casi siempre- suspendidas.
Lo de dar lo que uno pueda no es tan difícil; basta con aquilatar el propio baremo y dormir con la conciencia tranquila. Unos dan y regalan las migajas que caen de su mesa al suelo, otros parten en dos el bocadillo de jamón y le dan la mitad a quien tienen al lado, pero difícilmente a un desconocido. Porque eso de la generosidad bien entendida empieza también por uno mismo, es decir, primero me voy a dar lo que me apetece y creo que necesito y luego ya veremos (si sobra algo) si doy un poco a los demás.
George Whitman hizo de esta frase su gran lema como propietario de la famosísima librería parisina “Shakespeare&Company”. (*)
Allí se alojaron durante decenios poetas itinerantes, escritores en ciernes, estudiantes desmantelados y toda una variopinta “fauna intelectual” que tomó todo lo que pudo y compartió con los demás lo que no le quedó más remedio que compartir.
En cualquier convivencia, en cualquier relación de tú a tú, incluso en pequeños grupos de amigos, esta bonita frase, este agradecido concepto de “compartir-se” con los demás constituye un pequeño reto cotidiano que no siempre es fácil llevar a cabo por más que uno quiera y desee intentarlo.
Si casa y corazón se abren de par en par, si la idea es “dar lo que se pueda” de uno mismo y “tomar del otro” lo que se necesite de él… ¿acaso el ser humano no debería vivir en un profundo equilibrio para que no fuera injusto ese reparto tan utópico de lo que uno es, de lo que uno tiene?
Porque para poder tomar algo del otro, ese “otro” tendría que estar dispuesto también a compartir lemas e ideales y abrirse al Universo en la misma generosidad ecuménica.
Me llaman mucho la atención los casos –varios casos conocidos- de personas que siempre están dispuestas a “dar todo lo que puedan”, a ayudar a quien se lo pide (incluso aunque no se lo pidan), esas personas que hacen favores, recados, gestiones y derrochan una amabilidad generosa con los demás, pero que NUNCA piden un favor para compensar o equilibrar lo que se da con lo que se puede recibir, provocando que la balanza de la relación se incline hacia un lado en vez de permanecer en su sitio.
Me llaman también mucho la atención las personas que toman todo lo que necesitan de los demás: su tiempo, su buena disposición, la comida de su nevera, el uso de sus propiedades, pero que NUNCA ofrecen lo suyo para equilibrar la relación. Son esas personas que vienen a tu casa y no te convidan a la suya, quienes se apuntan a compartir una sesión de charla/teatro/paseo si son invitadas a ello, pero a quienes no se les ocurre hacer la proposición a la inversa.
¿Doy yo también todo lo que puedo y me limito a tomar únicamente lo que necesito? ¿Soy cuidadosa en no abusar o pasarme de lista con la generosidad de los demás? ¿Correspondo en la misma medida que a mí me consideran?
En realidad, echar cuentas de todo esto no es más que un fastidio y fuente de resentimientos y futuras inquinas. Mejor dejar las cosas como están y ser agradecidos y generosos en la medida que seamos capaces de tomar conciencia de que todos los dones que ofrezcamos, de alguna manera que no soy capaz de definir, vendrán de vuelta a nuestra vida. ¡Eso seguro!
En fin.
LaAlquimista
*Lectura recomendada: “La librería más famosa del mundo” Jeremy Mercer.
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