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Cecilia Casado

A partir de los 50

Las sorpresas de la convivencia (II)

He tardado mucho en escribir este post porque necesitaba hallar las palabras adecuadas para no herir a una de las personas protagonistas del mismo, ya que la historia cuenta con dos personajes y suele ocurrir, con demasiada frecuencia todavía, que “cada uno cuenta la feria como le va en ella” y la objetividad suele quedar escondida detrás del malestar que la situación ha producido a los protagonistas.

Así que hablaré tan sólo de lo que fui testigo, de lo que me compete, de aquellos actos de los que soy responsable y dejaré el espacio en blanco para el pensamiento de la otra persona, pensamiento al que no tengo invitación para acceder ya que no se me ha ofrecido esa posibilidad.

Hablábamos de hospitalidad y sorpresas en la convivencia. Hablábamos de mi “manía” de abrir las puertas de mi casa a otros seres humanos, me una a ellos relación de amistad o sean desconocidos. Conté que soy socia del “Hospitality Club” y que quienes han aceptado mi hospitalidad nunca me han proporcionado más que buenos momentos y dejado más que buen recuerdo.

Pero invité a una amiga a visitar mi ciudad en vacaciones, como correspondencia también a la invitación que ella me había efectuado antes y que yo había aceptado con gusto, pasando unos días en su compañía y en la de su familia con mucho agrado por ambas partes. Agrado que hizo que se produjera mi invitación para corresponder con todo el cariño del que fui capaz.

Cuando estuve en su casa y compartí el tiempo y el espacio con ella y con su familia, me avine a aceptar la situación tal y como se me ofrecía: dormí a gusto donde me indicaron, me senté a la mesa con todos ellos, comí lo que pusieron en mi plato y agradecí profundamente el cariño con el que me llevaron por aquí y por allá mostrándome la ciudad y el entorno.

Pero cuando mi amiga vino a mi casa, me dijo enseguida que “necesitaba su espacio” y yo pensé:… ¿qué significa eso exactamente? Pues algo tan sencillo como que pretendía “hacer su vida” a su aire y a su conveniencia, porque “estaba de vacaciones”. Es decir, no se integró EN ABSOLUTO, en el ritmo habitual de mi vida y de mi casa sino que siguió con sus horarios a las horas de comer y de cenar, que eran los mismos que yo había acatado cuando estuve en su casa y que yo pensaba que, al estar en la mía, pues iríamos a mi ritmo y no al suyo, es decir, que se “adaptaría” como yo me había adaptado con anterioridad.

Pero no fue así y, ya desde la primera mañana, me dejó estupefacta puesto que decidió “hacer sus planes e ir a su aire” sin contar conmigo. Bueno –pensé- es que para ella es una semana en la que puede librarse de sus obligaciones familiares y es comprensible… Sin embargo, no se sentó a la mesa con nosotras porque necesitaba mantener sus horarios –comía a la una de la tarde y cenaba a las ocho de la noche estando en pleno verano-, tampoco aceptó las comidas que se cocinaron en casa –porque ella sólo comía la comida a la que estaba acostumbrada y se empeñó en hacer la compra y en cocinar “LO SUYO” .

Se negó en redondo a compartir conmigo excursiones o salidas por la ciudad “porque le agobiaba la gente” y prefería irse SOLA a caminar por los parques y lugares más tranquilos.

Al ver lo que se nos venía encima, al intuir una convivencia más que problemática, le expuse claramente la cuestión, haciéndole ver que cuando yo estuve en su casa me había adaptado a todo lo que me había ofrecido porque me sentía bien y en armonía con ella y su familia. Le sugerí que podía ella hacer lo mismo… y me contestó la frase que tan paralizada me deja cuando la escucho: “Yo soy como soy y tú eres como eres y punto”.

Pues eso… y punto. Se fue de mi casa dejándome un amargo recuerdo por no haber podido darle lo que ella necesitaba sin ser infeliz yo misma. Porque a veces lo que hace feliz a una persona daña a otras; porque a veces lo que damos con cariño es recibido con reticencia y así no hay manera de entenderse aunque sea entre personas amigas.

Han pasado varias semanas y cuando he intentado “arreglar” la relación he recibido lo que era de esperar: resentimiento por no haberle demostrado mi amistad y, cuando he intentado ponerme en mi sitio y hacerme respetar, lo que es mucho peor: palabras ofensivas y maleducadas que han hecho que la relación se haya quebrado en varias partes.

Sorpresas de la convivencia…¡Quién me iba a decir a mí, con lo “amigas” que éramos…!

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2014
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