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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cuando una puerta se cierra otra puerta se abre

 

Esta es una de las cuestiones que más a menudo tengo que recordar, sobre todo cuando las cosas no salen como yo quiero y se me descompone el puzzle. Y así, cuando he perdido alguna pieza, en vez de volverme loca buscándola, lo recojo todo y lo tiro a la basura y aquí paz y después gloria.

¡Cuántas veces no me habré lamentado por haber perdido lo que yo consideraba una buena “oportunidad”! Y cuántas veces –pasado el tiempo- he tenido que alegrarme de que aquella puerta se me cerrara, sí, justo aquella puerta tras la que yo adivinaba parte de mi felicidad, porque se me abrió, sin tan siquiera esperarlo, otra mucho mejor. Y esto me ha ocurrido tanto en lo afectivo como en lo funcional.

El año pasado me nació la ilusión de volver a la universidad dentro del plan del “Aula de la Experiencia” en el campus de la U.P.V. en Donosti. Me apunté cumpliendo todos los requisitos y esperé ilusionada a que se celebrara el sorteo que determinaría quiénes eran los afortunados para optar a una de las plazas ofertadas. Las posibilidades eran del 50% así que mis esperanzas tenían cierta base. Sin embargo, el azar quiso que mi número saliera el último. Pero no únicamente el último de las plazas ofertadas, sino el último también en la lista de espera. Una rotundidad indecente porque tan difícil como sacar el primer número era sacar el último…

Pues gracias a que se me cerró esa puerta, me quedé exenta de responsabilidades académicas y pude viajar ese curso durante dos meses a países bien lejanos desarrollando una actividad tan enjundiosa o más que la que hubiera llevado en las aulas. Se me cerró una puerta y me quedé libre para abrir otra que me proporcionó una indecible felicidad y no poco conocimiento. Curiosamente, este año ni se me ha pasado por la mente volver a apuntarme al “sorteo de plazas universitarias para mayores de 55 años”.

En lo emocional y afectivo también me han dado alguna vez con “la puerta en las narices”. Y de ahí es más difícil sacar conclusiones positivas puesto que entra en juego el maldito ego para reclamar su cuota de protagonismo, pero una vez domeñado éste a base de zurriagazos externos y de mucho silencio interno, las aguas arrastran lo innecesario y queda únicamente un remanso limpio en el que poder contemplarse en paz.

Algunas personas cierran puertas por miedo, se protegen, colocan cadenas de seguridad y sienten que así quedan al margen de cualquier daño que les venga de fuera. No digo que no sea efectivo el sistema, -nunca lo he hecho-, pero sí que creo que también, al cerrar esa puerta, se está abriendo otra mucho más amplia, nueva y esperanzadora para la persona que se ha quedado “fuera” de ese afecto. Y esa nueva puerta que se abre es ni más ni menos que la de la posibilidad de encontrar otros afectos más sinceros, menos egoístas, menos calculadores y fríos…

Cuando me han cerrado una puerta afectiva he descubierto que se abría otra. Una puerta que yo he empujado poco a poco, casi con prevención, pero que ha dado paso a un nuevo camino de luz adonde no llega la oscuridad del pasado. Una puerta que no daba a la calle sino al interior de mí misma, territorio nunca suficientemente explorado…

Y está bien que así sea.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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