Mi perrillo Elur está diagnosticado de meningoencefalitis vírica desde hace dos años. Desahuciado en su día, ha remontado la enfermedad a base de medicación y de mucho amor y mimos, pero de vez en cuando tiene una recaída que me deja con el alma en vilo.
Un perrito enfermo es como un pajarillo que se ha caído del nido antes de aprender a volar: expuesto, frágil y dulce como un brote verde de primavera, ¿quién permanecerá impasible si lo encuentra piando en el suelo? Mi perrito no se queja del dolor que siente, dolor que sé que padece puesto que su cabecita blanca se yergue, como queriendo alejar a ese invasor que ha entrado en su interior y no encuentra postura ni para dormir, ni para comer ni mucho menos para seguir haciendo su feliz vida perruna.
Se mueve por el pasillo siguiendo la línea de la pared, buscando el apoyo conocido y forzando sus patitas que bailan solas sin que él quiera bailar; da un poco de risa (contenida) porque parece “borrachito”, pero cuando se le doblan las patitas delanteras y golpea con su hocico el suelo la risa se convierte en mueca de dolor para quien lo contempla. El no se queja, se levanta y sigue adelante hasta el siguiente coscorrón con una fuerza de voluntad que me hace pensar en ciertos paralelismos que podrían darse con los humanos y que no siempre se dan.
Un animalillo no dice “me duele”, “estoy malito” o “ayúdame”, pero hay en su mirada la aceptación de quien sabe que está expuesto, vulnerable, en manos ajenas y a expensas del amor y del cariño, lejos de cualquier interés… Un animalillo no pide ni exige, no reclama ni reprocha, tan sólo recibe lo que se le da con una muda (pero no por ello menos intensa) mirada de agradecimiento.
No hay queja ni chantaje emocional, ni siquiera gruñidos reprobatorios para reclamar la atención. Como animal no-racional es todo intuición y “sabe” que se le va a cuidar con amor sin necesidad de que lo razone gruñendo o lo reclame ladrando.
Como nunca antes de mi edad de adulta-mayor había tenido ni perro ni animal doméstico alguno, no sabía muy bien –cuando este proceso comenzó- cómo debía actuar con Elur. Un perro es un perro, un animal, no un ser humano –me decía la razón; pero ¡si es igual que mis niñas cuando eran pequeñas y se ponían malitas! –me susurraba el corazón- y así, por no saber bien qué hacer escuché la pulsión que me brotaba del interior y traté a mi perrito recordando viejos tiempos.
Mecerlo en mis brazos cantándole olvidadas canciones, darle agua con una jeringuilla a guisa de biberón, trocearle la comida blandita para que la coma sin esfuerzo, tenerlo a mi vera sintiendo mi energía, incluso mi calor.
Acompañarlo todo el rato dándole prioridad sobre otras cosas, llevarlo a la calle en brazos hasta el jardín y que huela su terreno aunque no se sostenga en pie, servirle su rutina en bandeja (como a los enfermos) para que se sienta seguro, confiado, deseoso de recuperar el aliento para volver a ser un perrillo sano y feliz.
Esta noche no podíamos dormir ninguno de los dos y en la madrugada fría he sentido que debía hacerle un hueco en “la camita mágica” que curaba los males de mis niñas hace unos años (no tantos) y que no es más que un placebo de amor y calor. Así que he puesto encima de mi lecho su cunita acolchada, envuelto en una manta, cercado de cojines para evitar que se cayera en un movimiento brusco inesperado y le he dicho: “ahora a dormir, mi perrito guapo”.
Sus ojos, fijos en los míos, pregonaban su contento, consciente de estar en territorio “prohibido” o quizás en el cielo de los dioses, quién sabe, y cerrando sus ojos me ha regalado varios suspiros profundos, de esos que a veces se me escapan a mí también cuando todo está en paz en mi interior. Al cabo de dos minutos su respiración profunda me ha indicado que el viejo truco de la “camita mágica” seguía funcionando. Al instante mismo su cuerpecillo se ha reacomodado apretándose junto al mío; sorprendida me he deslizado cinco centímetros hacia la izquierda. En un movimiento reflejo, Elur ha eliminado la pequeña distancia que había entre su cuerpo y el mío y, recuperado el contacto del calor (y del amor) ha dormido hasta el filo del amanecer.
Hoy seguimos cuidándolo y luchando por vencer el rebrote de la enfermedad; con la medicina milagrosa del amor y la medicación química para ayudar en el proceso. Todo es necesario y todo es válido. Seguramente mañana, -hoy lunes- cuando vayamos de nuevo al veterinario nos confirme lo que ya intuimos sin más fundamento que el deseo: que Elur quiere seguir vivito y coleando entre nosotras muchos años más.
En fin.
LaAlquimista
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