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Cecilia Casado

A partir de los 50

Crecimiento personal. “¿Qué es ese rollo?”

 

Reconozco que este es uno de mis temas favoritos y por eso, cada un par de semanas, lo vuelvo a sacar a la palestra. Quizás sea manía mía, no lo niego, pero al igual que hay personas que miman y cuidan su cuerpo y su imagen física –ejercicio o deporte continuado, gimnasio y mimos estéticos diversos- también existen personas que “echan un ojo” a lo que ocurre por dentro de sí mismas porque han comprendido que tiene que existir un equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu.

Lo que pasa es que apuntarse a un gimnasio no requiere de mayores explicaciones ni personales ni sociales: todo el mundo lo entiende y lo acepta como algo normal. Sin embargo, asistir a cursos de “Crecimiento personal” suena a… ¿a qué suena realmente visto desde fuera?

He ido recabando opiniones variopintas al respecto emitidas por personas que jamás se han sentido atraídas o interesadas por esta cuestión. Desde el juicio: “eso lo hacen los que quieren sentirse superiores a los demás”, hasta el prejuicio de: “esas tonterías no sirven más que para sacarte el dinero”. También está quien tiene argumentos contundentes en contra a pesar de no haber dedicado al tema ni siquiera diez minutos en los últimos diez años, digamos como una “prevención natural” contra charlatanes y comecocos diversos.

Y me parece muy bien que las opiniones estén ahí, en su derecho está cada cual de pensar como quiera, no seré yo quien les intente catecumenizar para demostrar que mi verdad pueda valer más que la de nadie en un vano intento de meterme en la misma discusión de la que quiero salir.

Lo cierto es que, cada uno en esta vida, una vez llegados a la meta de la adultez, puede y debe elegir libremente en qué ocupar su tiempo y, sobre todo, su dinero. Unos elegirán aquello que más placer les procure (tomar el sol o cuidar de sus nietos); otros darán rienda suelta a su curiosidad (lectura, viajes o estudios). Los habrá también que no harán absolutamente nada en especial a la par de quienes se dediquen a ayudar al prójimo en diversas variantes y al final quedarán los que se obcecan en perseguir el conocimiento profundo del ser humano. Entre los extremos queda todavía mucho espacio para que disfrutemos el común de los mortales, es decir, la gente como yo.

Llega un momento en la vida, sobre todo cuando “el alma se serena” y los proyectos vitales ya están más que encaminados en que uno puede encontrarse sin nada que hacer. Acabada la vida laboral –o casi-, con los hijos encarrilados (si los hay), puede ocurrir que se mire alrededor y no se atisbe ni siquiera el horizonte hacia el que se camina con paso ya bastante cansado.

Vivir por vivir, porque no queda otro remedio, inmersos en una rutina que marea porque siempre da vueltas alrededor de lo mismo, es cuando menos aburrido o desasosegante. Siempre hay una mañana en la que el ser humano consciente se despierta y se pregunta: “¿qué pinto yo aquí?”. O quizás esa pregunta no llegue nunca y entonces no hay solución porque precisamente no se plantea el problema.

Pero si nos asalta ese instante de lucidez no podemos dejarlo correr como si no ocurriera nada. Esa inquietud por mirarnos y vernos, aunque lo hayamos estado haciendo toda una vida, es la chispa suficiente para prender la hoguera de la curiosidad, de la necesidad de volver a arrancar a andar con otro paso y en vez de contemplar  los escaparates volver la mirada crítica hacia el propio interior.

Si no se acostumbra a hacer esto es –qué duda cabe- porque ya se intuye que mirando hacia adentro se van seguramente a encontrar ciertos “fantasmas” indeseados o llegar a pensar que se van a revolver viejos recuerdos (por no llamarlos con un nombre más gráfico) que pueden resultar francamente desagradables. Pero es que eso es lo que somos nosotros, los seres humanos vulgares y corrientes, un compendio de pequeñas glorias y pequeñas infamias con las que hemos convivido sin tener muchas veces conciencia de ello.

El trabajo interior consiste en una labor sencilla, positiva y contundente para “redecorar” nuestra casa emocional. Un trabajo de “interiorismo” necesario para equilibrar, limpiar, adecentar y volver mucho más acogedor y agradable el lugar desde el que vivimos. Recuperar el gusto por el propio YO, volver a poner en su sitio la autoestima, restablecer cualquier equilibrio perdido en la pelea de la vida. Comprender que nuestra vida es para vivirla desde la conciencia y de manera consciente. Despertar del sueño superficial en el que dormita una sociedad que casi ha olvidado los valores humanos para sustituirlos por valores materiales. Poder mirarte al espejo y ver un poquito más allá de las arrugas y las canas.

Cuestión de gustos, cuestión de elección, cuestión de sentirlo así. El que no quiera involucrarse en su propio crecimiento personal que no lo haga. No pasa nada. O sí pasa, pero haremos como que no. Pero por lo menos que no se burle de quienes hemos elegido otra manera de concebir nuestro paso por este mundo.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

 apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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