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Cecilia Casado

A partir de los 50

Algo infumable: una novela de 900 páginas

 

La paradoja de los libros llamados “bestsellers” es que no siempre son los más vendidos, pero sí suele ocurrir que son los que más pesan físicamente y, por ende, los más difíciles de sostener en las manos al proceder a su lectura. Es decir, ya de entrada, se presupone el cansancio que va a invadir al lector en algún momento de la ardua travesía que supondrá leer esa cantidad de hojas de papel impreso.

(La posibilidad de leer un libro de estas características en su versión electrónica no aliviará el cansancio visual e intelectual del eventual lector).

 Y esto es porque tengo entre las manos una novela de 900 páginas que va a contarme una historia en la que voy a tener que estar inmersa aproximadamente UN MES de mi vida, suponiendo que pueda leer diariamente una media de veinticinco páginas más o menos. Si estoy de vacaciones y no tengo otra cosa mejor que hacer y la historia vale la pena, probablemente lo termine antes, pongamos que en un par de semanas. ¿Qué historia tan importante y atrapante tiene que contarnos el autor para abducirnos de esa manera?

 Pocos libros de tamaño calibre he sido capaz de leer de cabo a rabo; en algún momento de sus innumerables capítulos he tenido un atisbo de lucidez que me ha hecho recapacitar sobre el “trabajo de Hércules” que estaba llevando a cabo, mal informada o peor aconsejada. Porque una cosa es que hablemos de un libro de orientación filosófica, científica o de alguna disciplina que nos interese sobremanera, libro que podría consultarse de a poquitos sin necesidad de leerlo con fruición suicida cada noche a la hora de acostarse.

 Pero claro, si te venden la supuesta literatura “a granel”, por el pastón que cuesta, tienen que darte una buena ración de letras para justificar el dinero que cobran. Y no salen las cuentas, de verdad que no salen.

 Leyendo –o intentando interesarme- en la última novela-río (o más bien novela-inundación) de una conocida autora española de bestsellers, me venía a la mente, una y otra vez, el recurso que utilizaba en mis tiempos de estudiante en aquellos exámenes escritos que eran susceptibles de ser engordados mediante la famosa “paja”. Las verborreas estudiantiles se me dieron muy bien hasta que me pararon los pies –afortunadamente para mi bien. Vamos, que para llenar páginas y más páginas la autora había utilizado aquel viejo y manido recurso. Ahora bien… ¿me voy a dejar engañar a estas alturas de mi extensísima carrera como lectora?

 La respuesta es evidente: NO. Y devuelvo a la biblioteca pública el libro tan demandado, con tanta lista de espera y que había tardado en llegar a mis manos casi seis meses…

 Al final, esos culebrones supuestamente literarios son como la vida misma: que hay que espaciarla en diferentes capítulos porque si no es casi imposible sustraerse a la misma historia durante tantos años, durante tantas páginas, sin acabar confundiendo nombres, situaciones y biografías. ¡Cuánto mejor varios “libros” diferentes y no demasiado extensos! El libro de la infancia y la adolescencia, el de los sueños y proyectos, el de las luchas y los gozos, el del cansancio y la reflexión, el del descanso y la paz…

 Acarrear con un libro que pesa más de un kilo, que se retuerce como si tuviera vida propia, y encima pretender leerlo y acordarse de lo leído al llegar al último capítulo es algo tan peregrino e incluso absurdo como visionar una película de ocho horas o escuchar aquellos inefables discursos de cierto dictador comunista sin caer rendido o dormido.

 Deberían estar prohibidos, algo así como que los editores instauraran un código deontológico para aplicarlo a los escritores: prohibido ir más allá de las (por ejemplo) quinientas páginas; como hace Twitter para no aburrir al personal. Y esos autores –patrios o extranjeros- que escriben –digo yo- dictando la novela a través de un programa de ordenador que dejen de dar la murga con tanta descripción de los  personajes, de la familia de los personajes, de su entorno, sus costumbres y su estado de salud y con tanta interpretación de la Historia y tanto diálogo con guiones, paréntesis y signos de interrogación; de verdad, que los clásicos no “pesaban” tanto y eran mucho más entretenidos e instructivos.

En realidad creo que me pasa esto porque ya soy una adulta/mayor, porque veo claramente que el calendario se deshoja con alevosía e impunidad y el tiempo presente es un regalo hermoso y valioso que no me quiero permitir desperdiciar…

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


diciembre 2014
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