Dicen que “en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas” y en este caso la sabiduría popular nos da un baño de lucidez a todos los que no somos especialmente amigos del refranero. Porque una cosa es lo que se cuenta de puertas para afuera y otra muy distinta la realidad que se cocina en cada puchero familiar.
El tema está ahí, nos mueve y remueve por dentro a las personas adultas mayores que vemos cómo la vida va pasando arrollando biografías y produciendo daños colaterales que ya difícilmente podrán sanar del “accidente” acaecido después de ser atropellados por la “locomotora familiar”.
¿Quién no conoce a alguien que no se habla con parte de su familia? ¿Existe algún grupo familiar en el que todos sus miembros estén bien avenidos sinceramente?
Tengo un amigo abogado que me cuenta –con discreción pero con contundencia- las horribles peleas familiares a causa de herencias mal acogidas y peor repartidas. Se me hace desagradable imaginar a hermanos odiándose a muerte por un quítame allá esas pajas o unos cientos de miles de euros, pero parece ser que suele ser una situación demasiado frecuente.
También tengo una amiga que trabaja en una residencia geriátrica de esas de mucho pago en la que hay ancianos que tienen familia (sobre todo mujeres) que están aparcados como un coche abandonado a la espera de que una grúa lo lleve al desguace. ¿Qué habrá ocurrido en esos grupos familiares para dejar “olvidado” al abuelo o a la abuela sin que los hijos sientan el menor remordimiento de conciencia? ¿O acaso será la justa cosecha por lo sembrado o una iniquidad manifiesta por parte de la familia? ¡Cualquiera sabe…!
El denominador común más habitual en los casos de “fractura familiar” suele originarse por una diversidad de pareceres entre padres e hijos; es decir, cuando las directrices de unos no coinciden con los intereses de los otros y se produce un enfrentamiento abierto, una lucha que no lleva más que a victorias pírricas y al dolor, la angustia, el trauma incluso por la dignidad aplastada mediante la fuerza de quien ostenta la vara de mando. Porque existen padres injustos, intolerantes e incluso crueles con sus propios hijos, que no les hacen la vida feliz, ni tan siquiera los respetan como seres humanos. Entonces ¿cómo pretender que esos hijos respeten amorosamente a su vez a quien no les respetó a ellos?
Y de aquellos polvos nacen estos lodos en los que tantas personas deciden cortar el hilo que les une a sus familias de origen y quedan fuera de la órbita que tanto les asfixió. Eso sin olvidar a las familias que “destierran” del espacio común a hijos o hermanos por considerarlos dañinos o mal ejemplo para el grupo. En ambos casos la falta de amor y de sentimiento son patentes, con motivos suficientes o con motivos inventados, pero si es un hecho que no lo hay más (el amor) supongo que no quedará más remedio que aceptar la realidad como es y seguir cada uno su camino sin interferir en el del otro.
Lo malo (malísimo) es cuando los miembros de familias desgajadas o disfuncionales se guardan entre sí rencores viejos o resentimientos podridos; probablemente les llevará a no poca infelicidad y a alguna que otra úlcera de estómago, sobre todo si siguen empeñándose en juntarse por Navidad.
Siempre defenderé la postura de que hay que ir donde a uno le quieren. El resto, son ganas de autoflagelarse y una manera segura de perder parte de la dignidad.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com