La palabra “pobreza” está desde siempre en el diccionario; pero la hemos utilizado –demasiadas veces- aplicada al prójimo más bien lejano, ya sea en el tiempo o en la geografía. Sin embargo, se está convirtiendo en un vocablo de indeseada, rabiosa y cercana actualidad. Los “pobres” ya no son de otro país ni viven lejos de nosotros; ahora están aquí mismo, en la puerta de al lado o incluso en nuestra propia casa.
Así es como nos hemos vuelto pobres espirituales, que es una pobreza tan lacerante para una sociedad acomodada como la pobreza material para quien la padece. Todo el mundo habla ahora de dinero, de prestaciones, de lo que ha perdido o de lo que teme perder, permutando lo que otrora hubo dentro de su corazón por lo que ahora hay en su bolsillo.
Es pobreza espiritual la que padecemos actualmente; una carencia de valores humanos, morales, éticos y espirituales que nos está abocando a una involución en nuestra condición y esencia de personas-humanas.
Es la pobreza espiritual la que nos está cercando, de forma sibilina, escondida detrás de esas otras carencias –las materiales- que dejamos que nos pesen como piedras en vez de utilizarlas para crecer como personas. Sí, ya sé que es muy fácil hablar de “valores” cuando se llega decentemente a fin de mes sin tener que pedir nada a nadie; sí ya sé que es muy cómodo echar discursitos sobre espiritualidad y zarandajas varias cuando no hay preocupación en la vida por el día a día personal, pero no obstante es preciso hacerlo. Es necesario encontrar un pequeño huequecillo para pararse, silenciar el bullicio mental y darse cuenta de que, como sigamos así, acabaremos siendo aquellos famosos “pobres de espíritu” de las bienaventuranzas.
Igual es que tenemos que volver a nuestros “gurus” de antaño: a Juan Salvador Gaviota, al Principito, Siddartha, Ghandi o a la Madre Teresa. Igual es que tenemos que dejar de ser tan materialistas y regalarnos en lo que tenemos en nuestro corazón. Hoy sábado, es un día tan bueno como cualquier otro para pararnos a reflexionar sobre nuestra auténtica “pobreza”.
En fin.
LaAlquimista
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