Queridísimo papá:
Hoy se cumplen veintiún años desde que abandonaste tu envoltura humana y regresaste a la LUZ. A mí, sinceramente, me parece que fue ayer porque en las cosas del querer el tiempo viste su propia dimensión y no los harapos del calendario. Es que, ¿sabes? siempre he sentido que eres el referente más importante de mi vida, el libro de instrucciones para montar adecuadamente las piezas de este puzzle que es la pelea cotidiana por atrapar algunas migajas de felicidad, ¡quién osaría aspirar a más…!
De ti me acuerdo de todo, pero de una manera palpable, vamos, como si antesdeayer mismo hubiéramos estado juntos, tomando ese vinito que compartíamos en la merienda junto con el cigarrito de después que, cómplices, nos echábamos juntos. Esos fueron los buenos tiempos entre nosotros aunque ambos sabemos que hubo una época menos luminosa en nuestra relación, aquélla en la que tú todavía andabas inmerso en tus propias brumas y yo no podía ver tu amor detrás de ellas, pero quiero que sepas –que ya lo sabes, por supuesto- que yo me quedo con lo bueno, con lo positivo de nuestra relación que, ahora me doy cuenta, lo fue todo, absolutamente todo.
Fuiste un padre cariñoso, entregado y generoso y, pasados los años, esas cualidades las ejerciste también como abuelo… ¡Cómo te lo he agradecido siempre…! Mi hija mayor –y la pequeña en menor medida puesto que te fuiste cuando ella no tenía aún cinco años- siempre habla de ti con ternura, ella pudo conocer tu faceta más dulce, más chisposa (siempre con tus bromas) como la vez que, comiendo ella en tu casa, le dijiste que había de primero lentejas y de segundo…también. Y la niña, angelico mío, se comió el primer plato y cuando ya iba a hincarle el diente al segundo, dejó la cuchara detenida en el aire al ver tu regocijo y carcajadas… ¡Eras así!
Como aquella tarde que te presentaste en mi casa –como hacías tantas tardes, a charlar conmigo, a cuidarme a las niñas mientras yo iba a clase de yoga o a compartir el rato vespertino que nos dedicábamos mutuamente, ya que nuestros respectivos cónyuges tenían otras cosas que hacer- con una bolsa de cinco kilos de naranjas porque las habías visto hermosas, con rabito y hojas (lo que no era habitual en las naranjas de supermercado) y me las ofreciste como si fuera caviar iraní. –Pero papá, te dije, ¡yo también podría haberlas comprado!- y tú me contestaste, mitad pillín y mitad satisfecho- sí, hija, por supuesto, pero es que yo te las he traído desde el mercado de la Brecha y pesan mucho para ti…- ¡con setenta y tantos años!… si es que…
Tú decías que la vanidad última y estúpida del ser humano era “salir en los papeles” y que la única vez que lo hacían –la mayoría de las personas vulgares y corrientes- era el día en que se morían, en forma de esquela y que, por favor, cuando le tocara a él que no gastáramos el dinero tontamente, que para qué, si a él le daba igual y las personas cercanas y queridas ya sabrían que se había muerto sin necesidad de leerlo en el periódico… Pues ya ves tú, ahora con esto de Internet, que no llegaste a conocer por poco, puedo hablar de ti y puedo darte a conocer a muchísimas personas que, aunque no sepan quién eres pasarán un ratito leyendo las historiquetas que a mí se me ocurre contar hoy, día 2 de Enero, aniversario de tu fallecimiento.
Yo me quedo con lo bueno, papá, siempre te lo dije y tú te admirabas de ello, de que pudiera haber “olvidado” los principios de nuestra relación cuando tú estabas recién estrenado como padre y yo recién estrenada como hija, ambos despistados y con miedo de demostrar un fortísimo sentimiento que no hallaba su lugar en la familia que habías formado con mamá; pasaron muchas cosas dolorosas y hubo dificultades para salir adelante (con el amor), pero al final tuvimos, tú y yo, mano a mano, la oportunidad de reconocernos como seres humanos en lo más profundo de nuestra esencia. ¡Nadie nos puede quitar eso! Bien es cierto que hubieron de pasar muchos años –y apartar muchas piedras- para llegar a mirarnos a los ojos y darnos las gracias, yo a ti y tú a mí, por haber compartido la mejor parte de nuestras vidas, aquélla en la que el discernimiento nos alcanzó y la paz se instauró en nuestras almas, dejando atrás miedos e inseguridades emocionales que marcaron tanto tu trayectoria vital como la mía.
De niña quisiste hacerme a tu imagen y semejanza y gracias a ese empeño aprendí a escuchar música acariciando los vinilos y manejando el giradiscos mientras tú te fumabas tu puro vespertino, a montar un meccano rojo y verde con habilidad y todo tipo de llaves ajustables y destornilladores, a jugar al ajedrez sacando humo a mi mente, a revelar fotografías en “el taller” que montaste como cubículo sacrosanto y privado en un armario empotrado que para mí era como la cueva de Ali Babá y en el que nos encerrábamos para desesperación de mamá y para deleite indescriptible por nuestra parte. Sin olvidar las sesiones de fabricación de cigarrillos con aquella máquina provista de tolva y rodillos después de haber cribado la picadura con el cedazo y luego te los iba ordenando en tus tabaqueras, no más de setenta cigarrillos, para diez días justos, que siempre fumaste siete al día, bien contados, ni uno más ni uno menos, en unas rutinas felices, sacrosantas: desayuno, almuerzo de media mañana, después de la comida, en la merienda, antes de la cena, después de cenar y antes de acostarte. Nunca en la calle, siempre con boquilla…
Aunque luego la vida te cambió el ritmo y el rumbo y te jubilaste lo más pronto que pudiste y un diablillo travieso te puso la zancadilla entorpeciendo el júbilo de haber dejado de trabajar con la enfermedad que te tuvo entre mentiras y hospitales durante casi quince años… ¡cuánto luchaste sin decirnos nada! Callado y procurando no molestar estuviste durante años hasta que fue evidente el deterioro que tú te empeñabas en negar cabezonamente, que ya puedo, que yo quiero, que no pasa nada, y seguiste haciendo de chofer encorbatado para mamá, viajando aunque no te gustara salir de casa, compartiendo con tus hijas nuevos lugares, proyectos, nietos, ilusiones…
No fuiste el padre perfecto sino el padre necesario para mí. El tiempo en el que no nos comprendimos fue la tierra donde luego germinó todo el amor que teníamos en nuestros corazones y que, una vez reconocido y descubierto, no se perdió ni un grano ni un gramo, ni un suspiro que no fuera aprovechado por nosotros.
Bueno, papá, ya ves que te he hecho la pelota y dicho muchas cosas bonitas en un día como hoy, espero que te sonrías cuando lo leas aunque te cueste entender que mis palabras cariñosas no sean íntimas sino compartidas con muchas personas desconocidas que las leerán en este blog, porque el amor debe ser celebrado, nunca ocultado por pudor, porque el amor debe abrir las puertas del corazón, de ese corazón que demasiadas veces está atrancado por quienes pusieron tablas clavadas para que no se pudiera ver lo que había dentro.
Y para terminar por hoy –que ya sabes que te volveré a escribir dentro de nada, pero sólo para ti y para mi- te deseo un muy feliz año 2015 allá en “la estrellita cariñosa” donde ahora habitas y desde donde cada noche y sin faltar ni una, nos envías a mí y a mis niñas el beso suave de tu cariño eterno.
Te quiero, papá.
Tu gurriata.”
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar: