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Cecilia Casado

A partir de los 50

No hay nada más aburrido que el Carnaval desde la acera

 

Bueno sí, leerse el “Ulises” de James Joyce de una sentada, pero esto desconozco si alguna vez algún suicida lector lo ha llevado a cabo, aunque supongo que no porque habría salido en el libro ese de los records. Ironías aparte, el tema de hoy me toca mucho la fibra, me molesta incluso, que aterrice a golpe de calendario otro festejo ineludible a lomos de la costumbre y tradición popular: los Carnavales.

En este país en el que vivo, me refiero al que está al norte del mapa del Estado común, nunca hubo tradición carnavalera excepto en algunos pueblos recónditos y de una forma muy sui generis, y el Carnaval lo que se dice el Carnaval no tiene más que un significado hoy en día, lejano ya de su origen hace ya muchos años y que no fue nunca otro que el de ocultar el rostro para, impunemente, dedicarse al jolgorio principalmente desprovisto de todo tipo de prejuicios y a ser posible propiciando la “carnalidad” del asunto. Es decir: que la gente de cierto rango se disfrazaba ostentosamente para participar en fiestas exclusivas de los poderosos que, curiosamente, eran a la vez los que tenían dinero para derrochar. El pueblo liso y llano no participaba más que de las migajas de la fiesta en un pobre –como no podía ser de otra manera- remedo de lo que hacían los ricos.

No voy a hablar ni de las carnestolendas ni de carnavales famosos –que para eso está la wikipedia- sino de lo que hoy se estila hacer en las fechas previstas y prescritas para esta fiesta tan populachera y con tan poca gracia para todo aquel que no participe directamente en ella.

 

Digamos pues que se trata de formar parte de algún grupo, cuadrilla o club que tiene destinado un presupuesto para gastarlo en disfraces corales y desfilar con muchos decibelios y poco ritmo para que los conciudadanos te miren y te vean y tú les saludes. Es decir, SER VISTO, en vez de OCULTARSE, alterando sustancialmente la esencia del asunto y quitándole toda la gracia.

¿Dónde quedó la morbosidad de, a cara tapada, dar rienda suelta a los instintos (mejor llamarles pulsiones) del ser humano? Derribar barreras a golpe de antifaz de seda, darle un gustazo (o un gustito) al cuerpo) con la bula preceptiva que lleva la trasgresión atada a la capa de raso; hacer un poco el tonto, saltarse alguna prohibición, vacilarle al enemigo o al jefe, fingir que somos la máscara detrás de la máscara habitual, pisotear los prejuicios que encorsetan la rutina, en fin, echar una cana al aire aunque sea con la imaginación y sin contárselo a nadie.

Pero no. De lo que se ahora trata es de hacer todo lo contrario quitándole a la fiesta la gracia, la sustancia y dejándola en –de nuevo- algo políticamente correcto y apto para todos los públicos.

He visto –que no participado- algún carnaval de fama; el de Venecia no vale para nada más que para llenar el papel couché de ciertas elites adineradas y aburridas; uno en las islas Canarias en el que, por lo menos, hacía calor. Y, recuerdo nefando, el más popular por estas latitudes en el que la juerga consistió en disfrazarse de cualquier cosa y andar todo el día (y toda la noche) de bares, pasando frío y con un aburrimiento soberano a cuestas. Obviamente, cuando la gente se emborrachaba, “se lo pasaba fenomenal”, pero para ese viaje no hacen falta tales alforjas. Era igual que un sábado por la noche, pero pasando frío y mojándose.

A los niños les gusta disfrazarse, eso dicen. Yo no lo sé porque en mi infancia todo se hacía a cara descubierta y los carnavales estuvieron prohibidos por decreto del dictador hasta mi más que curtida adolescencia y con esto quiero decir que nunca en mi casa nadie me disfrazó “de nada” cuando era niña. Ya me hubiera gustado, ya, abandonar por unas horas el personaje en el que me habían enclaustrado y cambiarlo por otro, no sé, ser bombero con casco y manguera o cowboy con sombrero y pistolas, siempre fui un poco “marichico” al decir de mi abuela y ahora que lo pienso casi mejor que no hubiera que ir disfrazada al colegio de hada o de princesa o de novicia…

A los niños les gusta disfrazarse y a los jóvenes también, eso dicen. Incluso a los adultos y hasta a los adultos/mayores. Los ancianos, me temo que ya tienen bastante con lo suyo. Y, como el calendario lo dice, un año más, volveremos a tener la ciudad colapsada por dos desfiles (en realidad es el mismo que se repite el sábado y el domingo, nunca hubiera imaginado tamaña estupidez vanidosa y narcisista). Desfile en el que comparsas, carrozas, grupos de baile y una multitud disfrazada con coordinación milimétrica, recorrerán a pie las calles de la ciudad pegando saltos más o menos sincopados (les llamarán coreografías) al son de fanfarrias pasadas de decibelios (le llamarán música) mientras la gracia y el disfrute se centre, casi únicamente, en desfilar y dejarse ver por los espectadores/pasivos/aburridos.

Creo que es algo que se lleva en la carne (o en la sangre) por estas latitudes, lo de desfilar y que te miren, -léase tamborradas, alardes, caldereros, bailarines con cencerros, con muñecas al aire, con trajes regionales o de los otros. Desfilar es abrir mucho los ojos para que te vean y cerrarlos a casi todo lo demás. No olvidemos las grandes demostraciones de ciertas revoluciones, los desfiles victoriosos de los ejércitos de medio mundo y, cómo no, lo que nos queda a los que somos pueblo liso y llano: mirar desde la acera cómo se divierten los demás. Lo dicho: el aburrimiento elevado a la enésima potencia, excepto para los que están en medio del meollo, ebrios de alegría y de todo lo que se pueda pillar.

En fin.

La Alquimista

Por si alguien desea contactar: 

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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