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Cecilia Casado

A partir de los 50

Donde el amor te lleve. Un viaje a la otra punta del mapa

 

Ya estoy otra vez en el camino. Con mi maleta llena de regalos y una pequeña mochila a la espalda donde ya no viaja ninguna piedra. Dejo mis parcas pertenencias materiales en manos de mis amigos –echarle un ojo a la casa, vaciar el buzón, regar las plantas, no permitir que el polvo se aposente en mi ausencia-, envío a mi querido Elur “de colonias” a las altas cumbres donde se asilvestrará una vez más, donde pisará bosque, beberá rocío, buscará mi olor al lado de la chimenea y ladrará como loco cuando escuche mis mensajes de audio enviados por whatsapp (perritopiloto tecnológico); dejo en orden mi presente y subo de nuevo a un avión dejando que sea el amor de mi corazón el que elija el aeropuerto de destino. 

No son vacaciones, no las siento así, sino un tiempo para compartir con mi familia, mis dos hijas y mi yerno, -y las preciosas gatas Hiru y Luna- en un hogar en la otra punta del mundo. Durante un mes mi reloj biológico y emocional marcará un tictac diferente. Cenaremos en el patio bajo los árboles perlados de frutos cuyo nombre no sé pronunciar aún (nombres mayas, hermosos). La noche traerá el sosiego necesario para inaugurar un nuevo día al filo de las seis de la mañana, la hora mágica en que el Sol devuelve la vida a la Tierra por estos parajes. ¡Quiero dormir más! –dice mi cuerpo holgazán- pero aquí no existe el invento de las persianas, aquí se vive con la luz, sin artimañas político/industriales de horarios a convenir.

Salgo al patio donde las tórtolas bendicen el día con su canto. Los murciélagos ceden el sitio a los loros y la zarigüeya del fondo del jardín se esconde tímidamente para no asustarme. Miro al cielo y lo veo perlado de árboles, alrededor me saluda el follaje de una vegetación callada y ancestral; no son arriates de flores, ni jardines podados sino la pura vida verde de la que todos hemos formado parte alguna vez aunque casi ya ni nos acordemos. 

El aire de la mañana es dulce en Yucatán. Presagia el calor habitual del mes de Febrero. Son las siete de la mañana y respiro a pleno pulmón mientras hago mis pequeños ejercicios matinales para estirar mis ansias, descrujir mis huesos y saludar al nuevo día lleno de vida que se me ofrece entero. Abro y cierro la verja con cuidado de que no se escapen las gatas y enfilo mis pasos hacia cualquier parte. Un paseo a estas horas es un lujo que me puedo permitir.

Las gentes se afanan en su carrera hacia los trabajos que les dan de comer. Algunos caminantes –como yo- oxigenan sus pulmones para poder soportar el calorcito (unos 34º C) que llegará en unas horas. Somos gente “adulta mayor”, los que nos podemos permitir el lujo de gestionar las horas del día a nuestras anchas, sin presiones ni agobios, sin estrés ni obligaciones.

Miro las casas, los árboles, el cielo, las gentes. Hay pocos perros y muchos gatos. El ruido viene de las arterias donde hay tráfico incesante ya, pero en esta calle un regalo en forma de gran árbol corta la entrada obligando a los vehículos a realizar una maniobra apurada y, con lógica de automovilista, la evitan proporcionando un silencio especial, una especie de “oasis” entre el bullicio. 

Más allá del jardín mis hijas duermen su sueño tranquilo. Trabajan en su proyecto vital, se afanan en el presente sin pensar en el futuro; tienen vida en vez de tiempo, ilusiones en vez de decepción, fuego en la mirada en vez de brasas en el corazón.

Mis hijas. Ellas me han traído hasta aquí, siguiendo su estela, la huella de su amor que tanto gozo me da compartir. Sé que están en la planta de arriba de la casa, al alcance de mis brazos para recibir todos los abrazos que he traído en el equipaje (además del jamón ibérico y el queso vasco). Mis hijas y el amor que compartimos. Ellas van y vienen en su afán cotidiano y yo me acerco de buena mañana hasta la camioneta que en el paseo vende jugo de naranja, mangos, papayas, melones y les traigo un desayuno como cuando eran niñas. De repente me surge de algún viejo museo emocional las ganitas de ser “la ama” en vez de Cecilia. 

Mis hijas. Que no son mías sino suyas, que han elegido el camino diáfano que conduce a la propia realización sin venderse a cualquier postor, que viven en paz sus afanes cotidianos, sin ambiciones espurias, sin mirar la cuenta corriente cada día, sin tener que pisar a nadie para que no les pisen a ellas.

Mis hijas. Esos dos seres humanos que el Universo me ofrece compartir en un mismo círculo de amor. Ellas no “tienen su vida” –como gustamos de decir estúpidamente para justificar el desarraigo emocional y la distancia afectiva. Nadie “tiene su vida” alejado de los demás cuando quiere compartir el amor y la energía vital. Hablamos demasiado de los hijos que se van y dejan un vacío tras de sí. No creo en ello, no lo siento así en lo profundo.  

Vivir aquí o allá qué más da cuando los corazones siguen vibrando con la misma frecuencia. A veces –tan sólo a veces- hay nostalgias y alguna pequeña morriña, pero con un poco de esfuerzo (el necesario para hacer quince horas de avión) podemos volver a recolocarnos en la órbita amorosa, real, efectiva de la que no podremos salir ni siquiera cuando el cuerpo físico acabe su cometido.

Todavía estoy bajo los efectos del desfase horario (mi cuerpo no se acomoda fácilmente a las siete horas de diferencia), pero mi espíritu ya está aquí, mi alma ya tiene el visado yucateco para despertarme con la primera luz del día con la sonrisa confiada de que nada me falta y, con permiso de la santa, todo me colma… y es para bien.

Lo comparto por si a alguien le sugiere la idea de valorar lo que a veces no sabemos valorar. Y también preguntar: ¿son los que se van quienes tienen que volver de visita o los que nos quedamos ir a visitarlos…?

En fin. 

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

 apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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