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Cecilia Casado

A partir de los 50

Aguantar hasta no poder más

Hay muchas circunstancias en la vida que obligan a afrontarlas poniendo toda la carne en el asador, a implicarse en la solución de problemas al cien por cien y  colocan al individuo en la tesitura de “aguantar hasta que no se pueda más”. Son circunstancias adversas, qué duda cabe, dolorosas incluso y muchas veces irresolubles que ponen a prueba a quienes se ven envueltos en esa ola que todo lo arrastra a su paso.

La enfermedad de un ser querido, por ejemplo, que impele a brindar ayuda, a volcarse en una entrega que trastoca la vida personal, que destroza la propia salud, que pone en grave peligro el equilibrio emocional. El drama vivido por persona interpuesta cuando la desgracia golpea cerca y hay que estar ahí, echar una mano o las dos, cuando no se quiere escurrir el bulto sino ayudar en todo lo posible, ser incluso co-protagonista de un dolor que afecta únicamente de manera colateral, pero que se vive en primera persona de presente de indicativo.

El sinvivir de cuidar de los demás forma parte de nuestra cultura; nos han enseñado que –sobre todo dentro de la familia- no se puede abandonar al que sufre, al enfermo, al desfavorecido, incluso a costa de sufrir, enfermar y desfavorecerse personalmente como consecuencia de la ayuda prestada.

Siempre me acuerdo del consejo que dan los auxiliares de vuelo antes de despegar el avión indicando dónde están las puertas de evacuación, cómo ponerse el chaleco salvavidas y lo de las mascarillas de oxígeno que caen del techo cuando hay una despresurización en la cabina. Indican con énfasis que “antes de ayudar a alguien a colocarse la mascarilla hay que ponérsela uno mismo”. Lógica aplastante, faltaría más, si yo me estoy ahogando difícilmente le puedo ayudar al de al lado a que no se ahogue él.

Pero esta lógica cartesiana parece perder su carta de naturaleza cuando se trata de cumplir con los deberes y obligaciones que comportan las relaciones familiares. No estoy hablando únicamente de cariño y amor –que también- como motor de esta entrega y ayuda, sino del concepto “es lo que toca”, “no queda otro remedio” y “para eso está la familia”.

Todo esto viene a cuento de las cuitas de un amigo, viudo por más señas, cuya madre anciana, con Alzheimer sigue viviendo en la casa familiar y es cuidada por este señor y por una cuidadora contratada. Afortunadamente mi amigo está ya jubilado y no tiene más ocupación (olvidándose de su propia vida) que atender a su madre con el aplauso unánime de dos hermanas casadas y residentes a más de 500 kms. que alaban y agradecen hasta el infinito y más allá la dedicación filial generosa de su hermano hacia su madre lo que, todo hay que decirlo, les exime a ellas del trabajo hercúleo inherente al tema.

Yo no le veo mucho –a mi amigo- porque vivimos en dos puntas del mapa, pero hablamos bastante por teléfono. El otro día le encontré muy cansado, con la voz arrastrada y lo primero que me dijo fue: “no puedo más”. Me contó que no dormía ni descansaba si no era a base de pastillazos, que NECESITABA tomarse unos días fuera, salir a que le diera el aire, escaparse de las noches agobiantes pendiente de su madre –dormida y sujeta con suaves correas (pero correas) porque varias veces se había levantado y era todo un peligro; que los hijos/nietos pasaban olímpicamente de la situación, que estaba tocando fondo…

Como no era la primera vez que me hacía partícipe de sus cuitas yo ya sabía que no había que decir lo indecible, a saber: que la salud de una persona sana (él) vale más que la falta de salud de una persona enferma (su madre) y que, cuando él caiga será con la medalla de haber cuidado de su madre “hasta el final”… Ni pensar de ingresar a la madre en un centro especializado (en mi familia no se hacen esas cosas –dice-), ni hablar de que las hermanas vengan a cuidad a la madre (ellas tienen “su vida” –repite-),  ni contemplar la realidad de que está perdiendo la vida, la salud, la alegría y cualquier resto de ilusión que pudiera quedarle,-es lo que toca- insiste.

Eso sí; fue muy tajante: “aguantaré hasta que no pueda más” y añadió: “espero que aguante ella menos que yo”…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2015
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