Hay temas en los que nunca vamos a estar de acuerdo, ni siquiera la mayoría, porque son asuntos en los que cada quien tiene su propio enfoque, el que le acomoda, y lo mismo está –estamos- convencidos de que al igual que uno puede ceder y ser generoso también pueden “los otros” asumir la misma actitud. Es decir: que la pelea está servida y el descontento también.
Personalmente, en algunas ocasiones, soy muy consciente de estar actuando con generosidad; pero no con un desprendimiento universal, de falta de apego y amplitud de miras, sino cuando realizo acciones que me cuestan esfuerzo, dinero, tiempo. Emprendo éstas con cariño y no por interés y las expectativas las reduzco al mínimo (no digo anularlas completamente porque creo que no soy capaz). Así las cosas voy y vengo, subo y bajo, entro y salgo de la órbita en la que habito alrededor de otras personas con las que me siento unida emocionalmente y con quienes siento auténtico gozo compartiendo mi amor.
Como no tengo una libreta donde apuntar el tanteo a favor y los goles que me meten voy dejándome sentir cada jornada y, al término de ésta, me dejo caer en la cama con la conciencia de que si hay algún chirrido se va a hacer notar durante la noche, así que no le doy más vueltas a la cabeza pensando, doy las gracias por los tres pequeños dones que (seguro) he recibido ese día y busco el R.E.M. con fervor.
Por la mañana, o de madrugada, el escáner interno ha estado funcionando a tope y lanza su diagnóstico inapelable: o sobra o falta, raras veces hay un equilibrio sosegador. O me ha sobrado egoismo o me ha faltado generosidad, bien sea propio o ajeno.
¿Por qué será que existen personas que CREEN en profundidad que todo les es debido y que ellos tan sólo tienen que dejarse querer?
¿Por qué será que existen personas que CREEN que la mejor expresión de su amor es una continua entrega generosa y luego se sorprenden al no verla correspondida?
– “Mis razones son iguales a las tuyas, entiéndeme, por favor. Date cuenta de que YO TENGO QUE y tú… bueno, pues ya sabes lo que hay; si te conviene bien y si no… pues lo siento en el alma.”
Esta frase, con sus típicas variantes, me la han endosado en docenas de ocasiones y siempre, pero siempre siempre, me he quedado callada. Pensando, pero bien callada.
Más que nada porque no puedo tildar a los demás de egoístas –aunque lo sienta en lo más profundo- sin tener en consideración que, seguramente, también mi actitud va a ser considerada como egoísta por su parte y, en un bucle absurdo y doloroso, liarnos en reproches silenciosos o de los otros para los restos. Mejor callar, reflexionar y…tomar decisiones.
En ningún sitio está escrito cómo tienen que portarse los padres con los hijos, aunque algún decálogo interesado hay por ahí que indica claramente cómo deben comportarse los hijos con los padres. No importa que se hayan recibido palos de los progenitores, hay que honrarlos y punto.
En ningún sitio se determina cómo debe portarse un marido con su esposa, pero hay mucha norma escrita acerca de la obediencia, sumisión y cuidados que ésta debe proporcionarle al marido. No importa que se reciban palos, hay que cumplir y punto.
Las personas que dan más de lo que reciben bien podrían ser consideradas generosas y –desde mi punto de vista-ser dignas de admiración y respeto. En el otro extremo están situadas las personas que entienden justo recibir mucho más de lo que están dispuestas a dar y no por falta de amor sino por justos motivos (a su entender, claro está).
Así, entre unos y otros, va pasando la vida, con quiebros y requiebros, con risas y alguna lágrima (o al revés para algunos) y al cabo de los años uno va encontrando el punto justo en el que no se deja tomar el pelo por los egoístas y se va acercando cada vez más a quienes llevan la generosidad por bandera. Al final todos elegimos en qué equipo queremos jugar…
En fin.
LaAlquimista
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