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Cecilia Casado

A partir de los 50

No a la integración.(Sobre)saltos culturales

Llevo viviendo casi un mes en Mexico y no hay mañana en la que no me despierte con el anhelo de un buen té caliente con pan tostado y aceite y sal. Supongo que en varios años seguiré soñando con mi desayuno fetiche y nunca me adaptaré a la ingesta matutina de huevos con talos de maiz (tortillas) y frijolitos calentitos (alubias negras), con una buena salsa de chile habanero (guindillas de la madre que la parió) y todo ello regado con aguachirri americano (también llamado café). Una tiene sus nostalgias de la leche con colacao y galletas maría o las meriendas a base de quesitos de la vaca que ríe o chorizopamplona (en mis tiempos no se había inventado la nocilla) y esa costumbre queda acendrada en los genes culturales (si es que existen esos tipos de genes, que por qué no), tan fijada al inconsciente que no se va ni con agua caliente.

Cuando visitas un país diferente (¿cuál no lo es?) resulta divertido “probar de todo” y hacerse el viajero experimentado no poniendo cara de asco a algunas comidas que, sinceramente, uno prueba por aquello de la honrilla, pero no porque apetezca realmente. Así me ocurre que llega la hora de almorzar (la comida del mediodía) y si estoy fuera de casa tengo que elegir entre varias cosas que no me apetecen ninguna, más que nada porque mi estómago tiene memoria y quiere pescado y aquí…pues no hay pescado y punto. ¿Cómo que no hay pescado? –preguntará alguien que busque Yucatán en el mapa. Pues haberlo, haylo, pero no hay cultura de comer pescado y punto. Aquí se come puerco, res, pollo y pavo. Preparado de mil maneras y envuelto siempre en el talo de harina de maiz o de trigo o en una hoja verde (tamales), pero deshilachado, en trocitos, nada de cuchillo y tenedor. Entonces voy yo y pido una ensalada y me miran como pensando, ya está otra pobre gallega vegana, que es como decir una guiri vegetariana que no sabe apreciar nuestra maravillosa gastronomía mexicana… ¡Pero es que yo quiero comer lo que me hace sentir bien, no hacer experimentos! Quiero mi copa de vino y no un agua de sandía y pepino para acompañar la comida. Quiero mi pan francés para untar una salsa que sea untable y no un tormento picoso para el estómago… pero es que en la mayoría de establecimientos de comidas no hay licencia para vender alcohol y es curioso ver cómo hay gente que se sienta a la mesa –por la noche en alguno incluso elegante- y ponen encima de la mesa sus propias botellas de vino, traídas de casa o de la vinoteca del centro comercial. Pagas el descorche y listo.

Ahora voy comprendiendo más a los árabes que se afincan en España y no comen más que cuscús con las manos; ahora voy comprendiendo un poquito más a los sudamericanos que viven en mi ciudad y que siguen engordando a base de harinas imposibles (e importadas) de raíces y tubérculos ásperos, de frijoles en vez de patatas, de catsup en vez de tomate casero, de cocacola en vez de vino. Ahora voy comprendiendo finalmente a todos los extranjeros que no pueden, no saben o no quieren integrarse en una cultura nueva porque es como si perdieran su propia identidad y bastante tienen ya con haber tenido que abandonar su casa, su familia, su país, como para encima tener que cambiar de costumbres alimentarias.

Yo no quiero inflarme de botana (aperitivos) a base de cereales fritos, tostados y salados. A mí me siguen apeteciendo la tortilla de patatas, los boquerones fritos, las gambas y los mejillones. Odio las marquesitas (barquillo relleno de queso rallado o de nutella) que la gente toma como si fueran manjares; yo quiero mi bocata de jamón.

O sea, que cuanto más viajo por el mundo más me doy cuenta de que la integración es poco factible, que yo misma no quiero integrarme y perder mis raíces estomacales que, a fin de cuenta, son las que nos dieron impulso y fuerza para echar a andar como cultura y las que de su mano nos llevarán a la tumba.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2015
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