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Cecilia Casado

A partir de los 50

Hiru y Luna, dos gatas mayas

Últimamente en mi vida están apareciendo muchos animales de cuatro patas. Este hecho en sí no es ni bueno ni malo ni tan siquiera remarcable para un eventual lector de este blog, pero yo siento que es un pequeño punto a favor que me acerca de alguna manera a la naturaleza que tanto amo y que se me escapa entre el ladrillo y el asfalto.

Estas últimas semanas me despierto con las tórtolas y respiro aire de jardín tropical, con mangos y chapotes, limoneros y ciricotes y un sinfín de pájaros –cuyo nombre todavía no he sido capaz de aprender- además de los murciélagos nocturnos y los gecos diurnos.

Si no quiero –y quiero muy poco- no veo “ciudad al uso” en varios días. Aquí los caminos se mezclan con las aceras, y los barrios más parecen pueblos de cualquier esquina del mapa, con sus gentes a la puerta de sus casas cuando la fresca hace su aparición (es un decir) o en sus patios interiores, resguardados, con una tranquilidad doméstica y placentera. También hay otra zona, la “americana” que digo yo, aburrida de centros comerciales y automóviles que van y vienen con sus hormiguitas dentro, sin que asomen ellas la cabeza fuera del espectro vital del aire acondicionado.

Pero donde yo vivo ahora la vida se ha ralentizado a golpe de fuerza mayor; el calor empieza a enseñorearse del calendario y poco apetece dar vueltas en bicicleta –ni mucho menos paseos a pie como no sea a las seis de la mañana o bien entrada la tarde. Y con este poco salir de casa me he ido haciendo amiga de las dos preciosas gatas mayas, Hiru (la tercera de la camada) y Luna, adoptada bajo el plenilunio y que ya forman parte de la familia. Aunque en realidad debería decir que han sido ellas, las preciosas tataranietas de alguna leona fiera, quienes me han adoptado a mí como “humana amiga en período de prueba”.

Nunca había habido un gato en mi vida, ni tan siquiera por persona interpuesta.  Tan sólo he sabido que quienes han tenido uno mucho lo han amado y más extrañado el día que se fue. Así que, cuando llegué y Luna vino directa a mis piernas para frotarse contra ellas, pensé que me estaba olisqueando para ofrecer un veredicto o un visto bueno necesario para incorporarme a su espacio vital. Al cabo de diez minutos, Hiru desapareció de la vista y buscándola fue encontrada…¡dentro de mi maleta todavía sin deshacer! Así que, entre risas se decidió que me iba a llevar bien con las gatas…

No he podido evitar establecer una continua comparación entre ellas y mi perrillo Elur que, a fin de cuentas, es el único referente “animal de cuatro patas” que hay en mi vida. (Si insisto en lo de las cuatro patas, a buen entendedor pocas palabras bastan). Y la verdad es que…si no me he enamorado de ellas es porque sé que nuestra relación va a ser como una nube de verano, que se la llevará el viento que empuje al avión que me devuelva a mi casa del norte, donde mis raíces me atan, me atan, me atan… Aprovecho que Elur no sabe leer para decir aquí, sin menoscabo de todo el amor que le profeso a mi bichón maltés enfermito, que si pudiera, adoptaría un gato para convivir con nosotros, tanto y tanto me han gustado las peculiaridades de estas gatitas que no sé si son todas así o estas son especiales por la historia de abandono y enfermedad que arrastran y de la que han sobrevivido gracias a mucho amor y muchos cuidados. (Y latas de paté que huele bien rico).

Yo sé lo que es amar a un animalillo indefenso y el vínculo que se puede establecer con él, de corazón a corazón, sin pasar por el cerebro –ya que el suyo y el nuestro están a diferente nivel generalmente; y veo en estas preciosas gatas, Hiru, tan fina, delgadita y “hermana mayor” la aceptación de la “segunda huerfanita gatuna” que llegó a su vida, invadió su espacio y provocó los primeros e inevitables celos. Luego resultó que Luna venía gordita, una comilona irredenta que, a la que te descuidas, se come lo suyo y lo de su “hermana”. Ambas son preciosas, simpáticas, divertidas en sus travesuras, como con la manía de esconderse en cualquier armario de la cocina que se quede abierto más de treinta segundos y descansar confiadamente el tiempo que haga falta junto a las galletas, el azúcar, el arroz y los botes de pimientos. O la afición desmedida a jugar con el agua de la taza del baño –obligado bajar la tapa- inventando una piscina a su medida. Mis sandalias de lentejuelas se las comieron entre las dos en un pispás, así como la esquina izquierda de mi pashmina azul. Si estoy tecleando en el ordenador les fascina pasearse por el teclado y escuchar el ruidito de sus zarpas sobre las letras. Ayer Hiru se hizo con un trofeo que arrastró velozmente por toda la casa: un camarón cocido y sabrosote. En resumidas cuentas, son un motivo de alegría, de distracción y de emotivas efusiones de cariño.

¿Por qué siento que todo es más sencillo, fácil y liviano con los animales que con algunas personas? Ya, ya sé que es una boutade lo que acabo de escribir, pero es que… acabo agradeciendo que no me juzguen, que no se metan en mi vida –más que para jugar-, que vengan en la mañana a saludar en cuanto abro tres centímetros la puerta de mi cuarto, se suban a la cama, oteen el panorama desde la ventana y, después de un par de caricias mutuas, se aovillen a mi vera para seguir durmiendo un rato más.

Todo sencillo. Demasiado para quitarles dos patas…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotos: Amanda Arruti

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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